Mis Humores

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Nos interesa que participes con tus humores, con tus sentires, puedes escribir en los espacios de INSERTA TUS HUMORES para hacer de este texto algo infinito, donde nuevas voces y personajes jueguen en este carrusel líquido de palabras sin forma.
Seguimos sin saber qué es la enfermedad, su cura y por qué dolemos.
Podemos indagar en una respuesta poética mientras tanto…

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Nunca hay que preguntar qué quiere decir un libro, significado o significante, en un libro no hay nada que comprender, tan solo hay que preguntarse con qué funciona, en conexión con qué hace pasar o no intensidades, en qué multiplicidades introduce y metamorfosea la suya, con qué cuerpos sin órganos hace converger el suyo.

Deleuze y Guattari, Mil mesetas

Escribo este texto como salida al dolor y sufrimiento que me provoca el pensamiento. Escribo este texto como entrada hacia mi historia que quizá sea la de muchos y muchas. Escribo este texto como respuesta a la constante sensación de que nunca es todo, de que hay algo siempre que queda en los bordes de la escritura. Que es imposible compartir el sufrimiento y la muerte, pero en este intento fallido podemos encontrar ciertas aproximaciones que nos ayuden a sentir-nos parte de algo más: el mundo, los otros. Escribo desbordada, agotada y destruida. Escribo para mí un texto enfermo y deforme, para dejarlo como un feto sobre la mesa de mis pensamientos. Escribo un texto autónomo que de alguna manera es infinito. Un texto que no implica su lectura como se hace desde siempre. Un texto al que quizá deba uno acudir como acude a un libro de citas. Leído por pedazos cada vez distintos. Un libro que se puede leer o dejar reposar en una mesa de luz para volver a él en la noche en una mesa de luz a la noche para volver a él como si fuera la confesión de alguien que quiere ser otra. Yo no soy tampoco este texto, es solo un estudio sobre la enfermedad que me lleva a la memoria.

El devenir de la escritura como el pensamiento que fluye sin descanso.

Me ronda la idea de que las palabras escritas expían el deseo. Como si al escribirlas y ponerlas en el papel algo de eso desapareciera o uno se pudiera librar de eso que escribe. Si escribo sobre sangre no habrá más sangre derramada. Si escribo sobre lágrimas no habrá más tristeza en mí, si escribo sobre fluidos sexuales el pasado se volverá presente. Si sigo escribiendo por siempre quizá un día ya no me dé cuenta del paso del tiempo y el dolor. /

Escribir para permanecer, para no fugarme, para no sentir el vacío. Llenarnos de palabras, de saliva, de deseos hechos voz para que no se vuelvan heridas, humores, fluidos y deformidad. Un poco de belleza para generar un respiro y vida para eso que llamamos espíritu. Quizá para pensar que somos más allá de un cuerpo, aunque este siempre esté mediando. Ser interjección / Como si la química que me compone fuera la que piensa, la que siente, la que llora y suspira. Mi química soy yo. Y lo que fluye dentro mío, algo que constituye mi ser fuera. Entonces, ¿tengo control sobre lo que soy?

El cuerpo posee cuatro clases de gustos: el ácido, el dulce, el amargo y el salado. Están en todas las criaturas, pero solo en el hombre pueden ser investigados… Todo lo amargo es cálido y seco, es decir, colérico, todo lo ácido en cambio es frío y seco, es decir, melancólico. Lo dulce dio a luz a lo flemático, porque todo lo dulce es frío y húmedo, aunque no se pueda comparar con el agua… Lo sanguíneo procede de lo salado, y esto es cálido y húmedo… Cuando lo salado predomina en el hombre a los de los otros tres, es sanguíneo; si en él predomina lo amargo, es un colérico. Lo ácido le vuelve melancólico, y lo dulce, cuando predomina, flemático. Así pues, los cuatro temperamentos están en el cuerpo del hombre como en la tierra de un jardín.1
Paracelso, Textos esenciales, Siruela, España, 2001, pp.78-79.

Según esta definición medieval de los humores o personalidades, tenemos, todos, un exceso de algún elemento que nos vuelve sanguíneos, flemáticos, melancólicos o coléricos. A partir de este exceso se trabajaba en la antigüedad la noción de salud y, por lo tanto, de la enfermedad. Con el tiempo, la ciencia convirtió al cuerpo en una máquina con células, tumores y exceso de componentes químicos, virus, bacterias que desde el exterior entran a nuestros cuerpos “perfectos” para enfermarlos.
https://psicologiaymente.net/personalidad/teoria-cuatro-humores-hipocrates

Se dice que la ciencia es verdadera y que lo único que debemos hacer es creer en los resultados de unos análisis clínicos para encontrar la cura a nuestra falta de salud, física y psicológica. El presente estudio poético se encargará de indagar en las grietas que se abren desde la pulsión de los cuerpos emocionales para encontrar otras aristas no resueltas por las estadísticas, sin intentar contraponer desde el raciocinio otra teoría sino, desde lo poético, una opción perceptiva sobre la enfermedad. Dar cuenta del discurso que queda detrás de toda enfermedad, de la narrativa que queda velada desde el punto de vista clínico para poder conectar con nuestras vidas y quizá encontrar una cura estética a nuestro dolor. /

Como si todo este lenguaje lo único que pudiera decir es: mi papá se murió hace veinte años y yo no puedo olvidarlo. La vértebra ya no tiene espacio intervertebral. Se adoran las lumbares, supongo.

Los humores propuestos son una aproximación diversa a la expresada por la medicina antigua. Los fluidos que se desarrollan en este texto son: la sangre, las lágrimas, los fluidos sexuales y el sudor. Como si fueran parte de las personalidades contemporáneas, nos acercaremos al sufrimiento y al dolor, a la enfermedad y a la deformidad, a partir de estos cuatro fluidos vitales del cuerpo humano en la búsqueda de la relación poética entre ellos, pero también desde una perspectiva cultural y contemporánea de lo que hoy está descrito como una máquina perfecta: el cuerpo humano, y lo que hay dentro, parar ir hacia los intersticios y encontrar que entre las capas de lo que conforma a los cuerpos hay algo que quiere ser nombrado, también /

me estoy mirando las uñas de los pies, el nervio ciático me cala el tobillo y la rodilla. No tengo más lágrimas para eso. Han pasado veinte años desde el accidente. Han pasado veinte años desde que te vi en un ataúd. Veinte años desde que me metieron la verga por primera vez. Y los mismos años desde que me fui de casa de mi madre y lo dejé de ver. Me estoy mirando las uñas de los pies y pienso que extraño mucho cuando solo llevaba una mochila en la espalda y el futuro era miedo puro. Odio esta puta nostalgia. El odio también es dolor.

Para escribir sobre el dolor, hay que escribir del cuerpo. Ya lo escribe Cristina Rivera Garza en su texto Dolerse: Solo una historiografía centrada en el cuerpo puede albergar estudios sobre el dolor: cuando estudiamos el dolor en realidad estamos acercándonos con todas nuestras herramientas teóricas y metodológicas al cuerpo.
Cristina Rivera Garza cita aquí a otra escritora. Y yo a ella. Esta voz está hecha de las construcciones mentales que devienen de todo eso que leemos.

Buscamos ser perfectos. O más bien, buscamos dejar la deformidad real. Nos pensamos diferentes a lo que somos. Nacemos deformes y morimos de la misma manera. Somos una especie de monstruos que guardan en su sonrisa y sus lágrimas lo bello de ser humanos, y aun así pasamos la vida intentado dejar atrás la infancia, la malformidad, la enfermedad y el sufrimiento. Somos seres que nunca aceptamos nuestra naturaleza, quizá por eso hemos inventado que hay ángeles de los que somos descendientes. Pero los fluidos en nosotros nos definen, de forma científica o chamánica. De forma psicológica o psiquiátrica. Los fluidos son inaprensibles y aun así fundamentales. Ya sean vistos desde la perspectiva médico actual, su estudio sigue siendo un foco de atención, antes y ahora. Podríamos comenzar entonces por la sangre, líquido entre viscoso y amorfo, entre pesado y ligero, entre vivaz y mortal.

Todo esto para entender en realidad algo de lo que no hemos hablado hasta ahora de forma limpia: el ser humano es un ser sufriente, ya sea cuando enferma o cuando tiene salud. El dolor y el sufrimiento se relacionan de una forma compleja con la enfermedad y, por lo tanto, con la vida y la muerte de los seres humanos. Hemos pasado toda la historia de la humanidad peleando y haciendo guerras y buscando la forma de dejar de sufrir; una paradoja. Quizá el sufrimiento y la guerra sean los dos grandes temas de nuestra civilización, de ahí se han desarrollado las formas de pensamiento, las relaciones sociales, políticas y económicas, así como la relación con lo divino y lo pagano, con la medicina y con la búsqueda estética, la poesía y la palabra.

Ella nació de entre mis muslos. Suave. Con ojos abiertos. Hermosa y deforme. Una larva que salía al mundo entre líquidos y fluidos y placenta. Respiró unos segundos después de tirar hacia afuera lo último que había de mí. El dolor era insuperable.

Nunca nadie puede sentir tanto dolor como aquel que se siente al traer una vida a este planeta. Quien lo siente a partir de otro acto, muere. El dolor trae vida. Vida deforme, en potencia. Ese dolor no es sufrimiento pero sí atemoriza. Sentimos dolor al nacer. Sentimos dolor al dar vida. Entonces, la muerte también debe doler. Dolemos y vivimos. Parece algo inseparable. Pero doler no es enfermar. Enfermar es algo diferente. Curar no es quitar solo el dolor. Curar es algo más. Ser curado, curarse, es un camino más complejo que tomar una medicina o sacar el demonio que llevamos dentro.
Entre todos estos dolores siempre está presente la sangre que recorre el cuerpo o se desparrama fuera de él. Como si la sangre nos ayudara a poner materia al dolor y a la vida.

Sangrar para nutrir la tierra, piensan los mayas. Sangrar para regenerar, es lo que hace el cuerpo de la mujer cada mes para fertilizar su vientre. Sangrar lleva a la muerte. Una de las formas de la muerte: desangrar. Los litros que tenemos dentro son viscosos glóbulos rojos, blancos y plaquetas que sirven para dar ritmo a toda la maquinaria.

Se dice que hay distintos tipos de sangre. Los antiguos médicos creían que las personalidades estaban definidas a partir del tipo de humores que generan los cuerpos. Entre ellos está el sanguíneo, que significa que uno es colérico. Como mi padre. Muerto. Como yo. Enojarse mata. Dicen. El cáncer viene del enojo enraizado. Por eso, ahora, toda esta vía del optimismo. Para salvarnos de la muerte. De ser coléricos y sanguíneos. Ahora, lo de hoy, es permanecer inmóvil. Pero el dios antiguo era colérico también, y también destruía ciudades enteras para regenerar el mundo.

No me interesa mucho que a este texto lo lea alguien en voz alta, ni que lo haga un personaje. Este texto es para seguirle las palabras y las gotas de sangre. Imaginar que mientras lo leemos estamos enchufados a una máquina de la que gotea nuestra propia sangre. Eso se siente bien. Nos sentimos un poco mareados y por eso quizá pensamos en nuestra relación con la sangre. Roja. Muy roja. Dolorosa.

La sangre duele. Cuando sale y cuando entra. Porque implica una herida, o una vida, pero también una muerte. Cuando se ven las fotografías de los cuerpos mutilados, o los cuerpos ensangrentados, sabemos que están muertos. Lo que se limpia después de una masacre es la sangre. Se relaciona por contraste al blanco, un color vinculado con la salud; lo rojo, en cambio, con la enfermedad, lo monstruoso. Generalmente los monstruos chupan sangre o son caníbales. Nosotros también, de alguna manera. Chupamos sangre y de varios animales. Arrancamos con los dientes pedazos enteros de carne con sangre, aunque la cocinemos para no sentir el olor. El olor es lo que más penetra de la sangre. De hecho, es difícil de lavar, de desmanchar. El olor a menstruación es desagradable y penetrante. Entra a las fosas nasales y se queda ahí por mucho tiempo. Cuando sale un támpax o se cambia una toalla sanitaria el color es oscuro y el olor invade los baños y los basureros. La sangre siempre intenta ocultarse y paradójicamente es lo que nos mantiene con vida. Podemos vivir sin un riñón pero no podemos vivir sin sangre. Es vital. Cuando hablamos de vitalidad, hablamos de la sangre. Cuando nos emocionamos, se dice:se le subió la sangre a la cara; si se sube la sangre al cerebro, ahí comienzan los problemas. No debemos dejar que la sangre nos nuble la razón. Eso es lo que se busca. No perder la razón. Como si esta estuviera en el cerebro.

La sangre es lo primero que los doctores tratan y lo último que se saca de un cuerpo cuando muere. Nadie quiere enterrar a un muerto lleno de sangre. Eso hace que se descomponga más rápido. ¿Entonces, la sangre de los miles de muertos, dónde está? Alimenta a los recién nacidos.

De la sangre viene también la descendencia. Se han hecho largos textos argumentando la línea de sangre de las familias. Se dice que se comparten y se mezclan, algunas son afortunadas y otras mezclas envenenan. Qué paradoja. La propia descendencia puede envenenar la vida. Otras veces la puede salvar. Un hermano puede darte un riñón u otro pedazo de órgano. Compartimos la conformación de la sangre y los pedazos de carne comidos en la infancia.

Antes de la aparición de la genética era la sangre la que determinaba mucho de nuestro destino filiar y familiar. La sangre sigue siendo lo que une la vida con la muerte y lo que une a un hermano con otro. Somos sistemas familiares unidos por el rojo de la sangre y su derramamiento. A eso le llaman venganza. Las familias se han matado unas a otras desde el principio de los tiempos. Pero también se enferman, dentro de ellas, entre ellas, y con otros. /

De tanto luchar, por ser sola quedé enraizada de nuevo. De tanto querer huir terminé en el mismo lugar. De tanto odiar, ahora amo profundamente. De tanto llorar, ahora no tengo más lágrimas. Solo un humor a veces insoportable, como cuando era adolescente.

La necesidad de mantener al clan trae consigo su propia caída y enfermedad. La paradoja es que mientras más se intenta cuidar a un clan, más logramos su desaparición. Lo mismo sucede con la antisepsia. Mientras más se intenta que un lugar esté libre de bacterias y parásitos, más hacemos que el humano que crece en ese ambiente no pueda compartir la contaminación del mundo. Necesitamos la enfermedad para sobrevivir. Mientras más intentamos ser positivos y sanos, más locos aparecen con metralletas derramando la sangre de otros clanes. Quizá sea solo el síntoma de la enfermedad del cuerpo social. Pensar en Hobbes, en estos tiempos, parece a veces una buena idea, en tanto que la guerra de todos contra todos es una imagen en los medios de comunicación todos los días.

Yo quisiera que me chuparan la sangre

Volver a sentir cómo mi cuerpo se hincha

y explota.

El sexo sin sangre no es tan erótico

Es lo mismo que el sexo sin violencia

El desborde tiene que ver con ver sangre

fuera de los cuerpos

Con destazarlos para ver cómo están construidos

dejemos de evitar el horror

quizás así se haga menor.

Siempre que se piensa en la perversión

se debe pensar en la represión de la misma.

Si todos nos sacáramos un poco de sangre

tal vez habría menos muertos.

Si todos tuviéramos más sexo

quizá dejarían esos hombres de querer mirar

debajo de todas esas faldas

o dejarían de echar cuerpos de mujeres muertas sobre las

carreteras.

Pensar en los dioses antiguos y su violenta

represalia contra los humanos.

Los aztecas sacaban corazones

para fertilizar las tierras y cumplir promesas

pero estos hombres no lo hacen por un rito

porque lo pagano es el sexo

la violencia inconsciente es locura

están enfermos.

deformes

inhumanos

se dice

no humanos

monstruos

les llaman

Quizá también a ellos

les deberían sacar un poco de sangre

que se la bebieran en rito pagano

para liberar a su espíritu encapsulado

cansado, desgastado e insalubre.

Un rito donde todos esos hombres y mujeres

pudieran expiar sus culpas

chupándose la sangre de las costras.

Como cuando eran niños.

Una solución poética.

Una imagen imposible.

¿es esto una enfermedad?

¿podríamos decir que el cuerpo social está enfermo?

¿existe algo así como enfermedad social?

¿la locura es enfermedad?

¿La salud es entonces la sanidad?

¿Como los humanos del primer mundo con su consumo exacerbado?

¿Es posible un estado de salud cuando siempre tenemos bacterias que nos fortifican?

¿Es necesario erradicar la enfermedad?

¿Se puede vivir en un mundo aséptico?

¿Se quiere vivir en un mundo saludable?

¿Se puede vivir en salud sin vivir la represión de la perversión?

¿Qué es la salud?

A través del tiempo, el sacrificio sangriento abrió los ojos del hombre a la contemplación de esa realidad excesiva, sin medida común con la realidad cotidiana y que, en el mundo religioso, recibe el extraño nombre: lo sagrado. De esta palabra no podemos dar una definición justificable. Pero algunos de entre nosotros pueden aún imaginar (tratar de imaginar) lo que significa lo sagrado. Y sin duda alguna ciertos lectores de este libro, frente a estas fotografías, se esforzarán por vincular el sentido de la imagen que representa a sus ojos la realidad sangrienta del sacrificio, con la realidad sangrienta de la muerte animal en el sacrificio. Con la imagen... tal vez con el sentimiento transtornado donde el horror vertiginoso y la ebriedad se unen..., donde la realidad de la muerte, de la brusca llegada de la muerte, posee un sentido más grave que la vida, más grave... y más helado.
Bataille

Que si debemos poner una cita y explicarla. Que si debemos poner una bibliografía al final de las cosas para que se entiendan. Acá no hay nada que se explique. Es Bataille. Y después de la pregunta sobre qué es la salud, una cita, y después de la cita una narración y ya está. Al final, la escritura es cada día más personal porque la probabilidad de que alguien la lea se vuelve, como antaño, imposible. Y la respuesta sobre la salud, pues se las voy contando.

Cuando yo era chica me chupaba la sangre, /

a mí me gustaría en este momento que alguien se quitara una costra, y se chupara la sangre, y lo pudiéramos ver en un video lindo.

me rompía las costras y me las chupaba. La costra volvía a salir y de nuevo la volvía a arrancar. También me gustaba quitarme los pellejos de las manos y chupar la sangre de la carne viva que quedaba. Lo mismo hacía con los pies, porque era muy flexible y llegaba a morderme las uñas y los dedos de los pies, que a veces dejaba en carne viva. La sensación de dolor me hacía sentir más viva. Aunque al mismo tiempo me provocaba culpa. Esta sensación de no poder parar, de tener un vicio, de no saciarlo más a que través del dolor, hacía que mis hermanos me miraran de forma extraña y que tuviera algo de monstruoso mi accionar. Pasado el tiempo encontré otras maneras de sentirme de esa manera.

Cuando somos niños, buscamos sentir adrenalina y riesgo. Es la manera de aprender. Un niño sabe que no puede bajar las escaleras solo, aun así lo hace. Y se cae. Llora. Se levanta y vuelve a caer, hasta que logra aprender a bajar las escaleras. Lo mismo con el riesgo de la velocidad. Una niña corre aunque sabe que todavía sus piernas no pueden hacerlo de la mejor manera. Sabe que se va a lastimar y aun así busca ir más rápido de lo que puede. Pegan, chupan, lloran. Van de nuevo hacia eso que saben que no deben hacer porque necesitan aprender a hacerlo. Sin riesgo no hay aprendizaje, sin dolor tampoco. ¿Sufrimos por necesidad? Imaginemos a un ser humano que no sufre. No siente nada. Entonces no experimenta. Entonces no sale a otros parajes. No explora. No explota. No conoce las emociones. Sufrimos para conocer nuestras emociones. ¿Qué se siente estar feliz? ¿Qué se siente estar triste, enojado, iracundo, frustrado, deprimido, suicida, amoroso, excitado, enamorado, alegre, vital?
Sin riesgo no hay emoción. Sin emoción no hay conocimiento de cómo somos, no sabemos hasta dónde podemos llegar.

Sangre, sufrimiento y emoción están correlacionados. La sangre corre roja por las venas en el momento en que sufrimos o nos emocionamos. La emoción, que parece psicológica, es también física. Quizá por eso también enfermamos. Un día una mujer miraba apaciblemente el paisaje hermoso de las montañas desde la terraza de su casa cuando su ojo comenzó a inflarse, a llenarse de coágulos de sangre. Se le desprendió la retina y no pudo ver más con ese ojo. Entró empujando su propia silla de ruedas hacia el interior de la casa para llamarle a su hermano doctor. Había que operarla de emergencia. La sangre había salido hasta en los lugares más recónditos e imposibles: su ojo. Su mirada nublada para siempre, mientras sus parientes soltaban por esas mismas comisuras agua salada llamada lágrimas, para expresar el sentir y la tristeza de verla sufrir. Ella decía: me voy corriendo al doctor cuando colgó el teléfono. Correr es un decir, pues más bien se arrastraría ayudada de unas ruedas y una silla que la llevaría de nuevo al quirófano.

Cuando a mi padre lo operaron del corazón decidieron tomar un pedazo de vena de su pierna para pasarla al órgano enfermo. Después de abrirle el tórax en dos, con una sierra, y dejarle una cicatriz que le atravesaba el pecho, cerrada gracias a unas grapas que le juntaban de nuevo la carne cortada por un bisturí, y después de la transfusión de doce litros de sangre, él volvió a casa para intentar volver a la vida común, pero la cicatriz de la pierna no le cerraba. Tenía un hoyo por el que salía pus. Pus y sangre. Músculo e injerto. Todo ahí mismo. Se podía ver dentro de la pierna. Músculo en sangre. Pus saliendo del hoyo. Cuerpo abierto, corazón recocido / Pecho engrapado.

Padre enfermo. Padre moribundo, padre vivo pero entristecido, como un sauce llorón, cabizbajo, pero con el humor necesario para reírse de su hoyo en la pierna.

Después de esa operación mi padre cambió de humor. Se volvió más apacible y menos iracundo. Sus amigos decían que habían sido esos doce litros de sangre los que lo habían cambiado. Que le habían pasado el humor de otras personas y eso lo había hecho tener ahora un carácter más tranquilo. Eso la ciencia no lo puede explicar, y la psicología dirá que el miedo a la muerte y sus tres semanas en terapia intensiva lo hicieron reaccionar. No creo que mi padre siquiera pensara en estas opciones. No hay respuesta. Solo una narrativa que hacemos de los hechos vividos. Me gusta pensar que a mi padre le cambiaron el carácter esos doce litros de sangre de un hombre apacible que fue feliz.

Según el Ministerio de Salud Argentino, la sangre es un tejido líquido que recorre el organismo a través de los vasos sanguíneos, transportando células y todos los elementos necesarios para realizar sus funciones vitales. La cantidad de sangre se relaciona con la edad, el peso, el sexo y la altura. Un adulto tiene entre 4,5 y 6 litros de sangre, el 7% de su peso. Como todos los tejidos del organismo, la sangre cumple múltiples funciones necesarias para la vida como la defensa ante infecciones, los intercambios gaseosos y la distribución de nutrientes.
Para cumplir con todas estas funciones cuenta con diferentes tipos de células suspendidas en el plasma. Todas las células que componen la sangre se fabrican en la médula ósea. Esta se encuentra en el tejido esponjoso de los huesos planos (cráneo, vértebras, esternón, crestas ilíacas) y en los canales medulares de los huesos largos (fémur, húmero). La sangre es un tejido renovable del cuerpo humano, esto quiere decir que la médula ósea se encuentra fabricando, durante toda la vida, células sanguíneas, ya que estas tienen un tiempo limitado de vida. Esta “fábrica”, ante determinadas situaciones de salud, puede aumentar su producción en función de las necesidades.
Por ejemplo, ante una hemorragia aumenta hasta siete veces la producción de glóbulos rojos y ante una infección aumenta la producción de glóbulos blancos. Los glóbulos rojos transportan el oxígeno de los pulmones hacia los tejidos y captan el anhídrido carbónico producido en los tejidos, que es eliminado luego por las vías respiratorias.

Cuando la cólera se aprisiona de mí, siento que algo hierve. Como si la temperatura de mi interior se hiciera volcánica. La expresión me hierve la sangre a veces se siente tan literal que pienso que se me va a salir. Me pone colérica la impunidad, la mentira y lo que se sale de mi control. Pero siempre todo se sale de mi control. Entonces vivo enferma de cólera. No sé si la cólera se pueda curar. A veces pienso que deberían existir curas para las personalidades. Quitarse la cólera o la inseguridad. Pero la medicina y la psicología solo son paliativos para lo que realmente me hace sufrir /

mi amiga se muere de nuevo de cáncer y yo no la voy a buscar. Le escribo mensajes. No sé qué hacer con su cáncer. Ella tampoco.

Ser yo misma. ¿Cómo se hace para dejar de sufrir por ser uno mismo, por tener esas emociones que se desbordan, que no dejan que uno pueda estar ni ser? ¿Cómo se hace para dejar de ser Hamlet u Ofelia, o para dejar de desear como Fausto? Ni la literatura ni la ficción nos dan respuesta. Solo muestran el exceso. Quizás en el exceso esté la cura. Nietzsche pensaba que el sufrimiento de los humanos estaba en el hecho de querer siempre ser otro, conectarse verdaderamente con el otro. Pensaba que el arte dionisiaco podía hacernos recuperar el equilibrio. Porque con “equilibrio” se piensa en salud, y salud se piensa como armonía. Pero vendrán Freud y Jung para decirnos que eso es imposible, que siempre hay un río inconsciente de pensamientos y vivencias que nos marcan, que ir hacia adentro duele. Como ir hacia afuera. La desubjetivización, diría Nietzsche, hace que seamos parte del mismo manantial de la vida. Sin personalidad. Pero ahí hay que creer en el alma /

no creo en el alma, ni en el cielo, pero creo en el olvido, el vacío y la Virgen de Guadalupe, y hay una razón científica para ello, pero acá no la voy a contar.

La ciencia nos dice que somos conexiones neuronales. Pero, sobre el concepto de “alma”, lo real es que no sabemos si lo aprendimos o es, como diría Platón, una Idea. Lo cierto es que cuando uno está conectado con el exceso del cuerpo algo sucede en el interior con la voz y con el sentir, con el pensamiento de uno y del otro. Pero sentirlo no es suficiente. Cambiarlo quizá sea el objetivo. Porque al final queremos entender para dejar atrás el dolor y regresar al paraíso donde hay compresión y dicha. ¿Cierto? O queremos dejar lo vivido y el dolor del pasado. O no queremos repetir la vivencia del dolor. Siempre está presente el miedo, a la vida y la muerte.

Pica pica pica

abre la llaga y sangra

pica pica pica

muerde y lastima

muerde y lastima

abre la boca y besa

abre las piernas

y sangra

sangra el atardecer

sangra tu voz

y la imagen de tu cuerpo

muerto hecho pedazos

por mí

pica pica pica

mas nadie habla de matar

pero a ti te cortaría en pedazos

te comería viva

te pondría limón

en las llagas

abre la boca y sangra

vuelve a decir que lo sientes mucho

sangra

madre

sangra hermano

sangra señora

sangra.

“No deben comer la sangre de ninguna clase de carne, porque el alma de toda clase de carne es su sangre. Cualquiera que la coma será cortado”: Levítico 17:14.

La ley, la ciudad y la sociedad están fundadas sobre el derramamiento de sangre. No matarás, es el primer mandamiento. No matarás. No abrirás un cuerpo. Por siglos estuvo prohibido abrir un cuerpo para inspeccionarlo. Fue hasta que la medicina moderna decidió volver a abrir a los cuerpos que pudimos vivir más años. Fue hasta que se decidió que la sangre era solo sangre y que los cuerpos no eran alma, que se pudo encontrar la cura a las enfermedades. Solo a partir de la transgresión de las normas morales, éticas y religiosas. La religión cuida que no pequemos, pero también que sigamos las reglas, y las reglas nos pervierten. Solo se encuentra la cura si se va más allá de la norma. Linda moraleja. Los reumatólogos no abren cuerpos. Toman radiografías, tomografías y hablan con los pacientes. Normalmente las pacientes. Para los reumatólogos no hay sangre, hay articulaciones /

Hay dolor. Hay paciente. Hay charla. Cuando mi tío inspeccionó mi caso lo único que me dijo fue: No dejes que te abran.

Para algunas religiones sigue prohibido hacer transfusiones de sangre. La sangre es sagrada, dicen. Si mantenemos nuestro ser en nuestro interior, entonces estamos a salvo. Piensan. Los unos y los otros /

Desborde, represión. Exceso, cambio, statu quo. Rezo, borrachera. Extremos. Metáforas. Creencias. Seguimos sin saber qué hacer con la sangre. Seguimos sin saber qué hacer con el dolor.

Cuando yo era chica les pegaba violentamente a los niños que me molestaban. Una vez fui capaz de pegarle a mi hermano, que era mucho más alto que yo. La reprenda de vuelta fue peor que el golpe, pero nunca me sentí tan valiente como cuando me acerqué a él, y aun sabiendo que después me iba a ir peor, le pegué. Salí corriendo. Me imagino que lo acusé con mi papá, como siempre. Pero él me lo regresó. Aunque no importaba, haber estado a la altura del más grande me hizo fuerte. La violencia siempre me ha parecido necesaria. Dicen que no es moral. Las ciudades-Estado están marcadas por la fundación de la ley que prohíbe ejercer violencia por propia mano. Esto implica que es otro el que ejerce justicia. Pero en un país como México no se puede pedir que el Estado ejerza justicia, sobre todo si el que necesita de ella es el violentado por doble partida. Es decir, si vas a decir que te violentaron, después acabas en la cárcel. Entonces, ¿qué hacer con la violencia que uno guarda dentro? Sacarla. Con saña y con sangre. La violencia del territorio donde vivo no es gratuita, no es que los bárbaros salgan a hacer daño porque quieren. Es porque se defienden. Es porque es la forma en la que ven la posibilidad de sobrevivir. Si nadie nos defiende, nos tenemos que defender nosotros mismos. Tengo amigos violentos. En su voz, en su forma de hacer. Tengo amigas violentadas, rotas, amargadas. Trabajo con mujeres y hombres que han sufrido violencia toda su vida. La violencia es pura sangre que hierve, es cólera, es tener que hacer algo con ello.

Mi padre me dijo que hiciera algo con la violencia contenida. Que yo era violenta sin razón /

mi papá hace mucho que no está, y lo único que hago desde entonces es escribirle. Un día quizá él pueda leerlo todo.

Con el tiempo me di cuenta de que simplemente yo reaccionaba con violencia; que era mejor que con lágrimas y depresión ante el contexto de enfermedad de toda mi familia. Mi tía estaba en una silla de ruedas porque había tenido un accidente de coche. Mi papá había pasado casi un mes en terapia intensiva y después había desarrollado enfisema pulmonar. Mi familia no tenía suficiente dinero para seguir con la vida de clase media que les permitía que una nana nos cuidara, ir uniformados a una escuela católica o jugar tenis los fines de semana. Mi papá ya no jugaba al tenis, se quedaba en casa, deprimido, en pijama, porque aunque seguía trabajando el cuerpo ya no le daba para más. Mis hermanos, cada uno, hacía como podía, y lo que más hacíamos era pelearnos. Yo, dentro de mi mundo interior, encontraba que dibujar nubes y arcoíris, y poner una manta en la cama de abajo de la litera, era mi único territorio personal, era el único refugio de las peleas y la enfermedad /

Tenía solo once años cuando un día, en casa de mi abuela, pensé que no vería más a mi papá. Esa casa vacía de muchos cuartos, mi hermana pequeña y yo y las nanas que nos daban un taco de aguacate para pasar la tristeza.

Después pasaba mucho tiempo dibujando colores, el arcoíris era lo que me salvaba. Pintar con muchos plumones hojas enteras de cuadritos de colores era la terapia cromática para no ver a mi papá ahogándose todos los días de su vida después de su operación. Esta situación se mantuvo toda mi adolescencia. Y cuando las hormonas explotan, o desarrollamos una vida sexual o nos volvemos violentos. Yo me volví la segunda.

La violencia desbordada es parte de nuestro vicio.

La ley que no se cumple genera odio.

La ira de no poder bien vivir nos hace monstruos.

La situación violenta más cuando hay otros que toman vino y viajan en yates.

El contraste y la indiferencia provocan muerte.

La sangre corre dentro de los cuerpos hasta que se abren.

La ciudad permanece como un hoyo de suicidas.

Hay niños que no tienen quién los defienda.

Hay adultos que no sabemos a quién acudir para curarnos.

Los recuerdos son como cenizas sangrientas que manchan la tierra.

Cada pedazo de sangre desparramada injustamente produce

Un nuevo campo de exterminio.

Las cadenas como las venas

La sangre como el estandarte

La ira como bala.

Así de oscuro así de caliente.

¿Cómo hacer para dejar de sentir la sangre hervir y ensoñar un mundo donde todos podamos vivir sin querer morir? ¿Es esto natural? ¿Así somos los humanos? Lo mismo se preguntó Hobbes cuando vivió la guerra. Yo hoy me pregunto. Toda esta masacre comienza a volverse algo natural.

Las lágrimas se vinculan por lo común a acontecimientos inesperados que nos sumen en la desolación, pero por otra parte un desenlace feliz e inesperado nos conmueve hasta el punto de hacernos llorar. Evidentemente el torbellino sexual no nos hace llorar, pero siempre nos turba, en ocasiones nos transforma, y una de dos: o nos hace reír o nos envuelve en la violencia del abrazo.

Bataille, Las lágrimas de Eros.

La ira se apodera de mi cuerpo. Mi mano derecha comienza a apretar el volante. Tengo la mano aguijoneada de ira. Tiembla y se mueve hacia arriba y hacia abajo. Pero no suelto el volante porque voy manejando. La persona que tengo al lado en este momento, es un estorbo. Quisiera comerlo a pedazos, destazarlo y aventar los brazos por la ventana del coche. Continúo mientras mi garganta comienza a secarse de palabras no dichas. Mi cabeza comienza a disparar pensamientos que chocan con el parabrisas. Se escucha música de Sting. Ahí estoy yo, en el medio de la carretera con mis sentimientos carcomidos, mi ilusión diluida en la gasolina que va haciendo combustión y en los minutos en los que mastico las palabras no dichas. Mi cuerpo ha entrado en proceso de pánico. Pero el pánico no es eso que nos han mostrado en las películas. El pánico es un cuerpo colapsado. Ni mutilado, ni aminorado. No es cansancio sino de pánico, y cuando esto sucede, hay algo dentro de uno que excede al cuerpo. No son las emociones, ni los pensamientos, es el instinto de libertad que todos tenemos dentro que, cuando lo sentimos limitado, podríamos ser capaces de brincar un muro de diez metros, o de masticar el cuerpo del amado, o de escupir sangre para liberarnos aunque fuera simbólicamente de lo que nos reprime. El cuerpo tiene sus distintas formas de lograr sacar ese exceso y huida hacia la libertad. Eso es el llanto /

El llanto no se come.

Como si algo de lo más profundo hubiera terminado de abrirse. La grieta está lista para permanecer ahí por mucho tiempo. Quizás a eso le llamamos heridas del alma. Pero hay algo en la conciencia de ese ir hacia dentro y abrirse uno mismo una herida. Es más, ni siquiera sé quién es el responsable, si mi cuerpo, lo que hay dentro de mí, mi mente, el otro, la lucha por la libertad, la lucha por el control, el dolor inmanente de la vida en pareja, los destinos cruzados, los caminos disímbolos, las equivocaciones, la vida de un bebé, la responsabilidad de sentirse mayor y adulto, la mente que dicta reglas sin límites, el sexo que gusta de molestar a la sabiduría de ser madre /

Las lágrimas no son agua.

El llanto continúa pero la sensación es otra. Es un llanto curativo. Es un llanto que comienza a dar masaje al cuerpo. El cuerpo sigue meciéndose sobre sus propias piernas, escucha mi voz de nuevo, no esa otra voz que venía de mis entrañas, extraña, monstruosa. Escucho mi llanto, el conocido, el consciente, el de esta dimensión. Mi cuerpo comienza a calmarse. Reconozco mi nueva grieta. Será difícil cerrarla. Hay algo en el ambiente que queda para siempre abierto. No sé si volveré a confiar en ese otro. No sé si se podrá seguir la convivencia. Lo cierto es que el tiempo sigue. Las camas siguen ahí. La voz de mi hija en la otra habitación vuelca todo hacia la cotidianidad de la tarde, de preparar la comida, de preparar el baño, de que el tiempo y el espacio se configuran de nuevo en algo que pensamos es lo real.

Las lágrimas son líquido de manantial subterráneo que nos abre grietas que dejan ver dentro signos de las rupturas que tenemos todos los humanos.

El agua no solo es el líquido amniótico donde nos desarrollamos dentro del vientre de la madre, también es el agua que recorre nuestro organismo pero que, cuando se vuelve salada es porque recoge. quizá del centro de la tierra y el universo. esa herida primigenia que tiene que ver con la separación de la madre o con la separación de la fuente.

Somos lágrimas, tierra, fuente, llanto, madre, aunque nuestro camino sea encontrarnos también con el padre. Ese otro, que a veces resulta terrorífico y desconocido como nuestro propio ser, tan oscuro como un túnel de río interior que solo con el llanto hondo abre sus fosas al conocimiento del ser que lo habita. /

Todo esto vino después del parto, el cuerpo se me apareció, y la cabeza paró; solo miraba esos pequeños ojos tiernos y esas manos que pedían que le diera de mi cuerpo leche. No hay acontecimiento más sublime que amamantar.

Cuando el cuerpo entra en su interior a través de estas ranuras dadas por el llanto, la herida, la fiebre, la enfermedad, la locura o el acto sexual; el alimento, la digestión y la intoxicación; encuentra lo que para los antiguos médicos era el “astro interior”, porque en el ombre están el Sol, la Luna, y todos los planetas, igual que las estrellas y el entero cosmos… El cuerpo atrae al cielo… y esto ocurre conforme el gran orden divino. El hombre consta de cuatro elementos, que no solo corresponden —como algunos afirman— a los cuatro temperamentos, sino también a su naturaleza, a su esencia y sus propiedades. En él está el “joven cielo”, es decir, todos los planetas hechos a imagen del hombre y son hijos del Gran Cielo, que es su padre.

Y si somos cielo, también infiernos. Y si somos divinos también humanos, por lo tanto imperfectos y deformes. Enfermos. La paradoja parece estar en la ambivalencia entre la enfermedad y la iluminación. /

Las flemas son esos sentimientos metidos en el esternón que no nos dejan hablar, se interponen entre nuestros pensamientos, lo que respiramos y nuestras palabras. Quien expectora flemas no puede estar tranquilamente escuchando. Sentimos una bola en la garganta que intentamos sacar o pasar. Tragamos saliva sin resultado. Las flemas salen por nuestras fosas nasales cuando lloramos. Las flemas se forman dentro de nuestras vías respiratorias cuando tenemos una infección pulmonar, una gripa, cuando nos enchilamos o lloramos, ya sea de tristeza o felicidad. Es una forma de exceso que también tiene que salir. Pero muchas veces, al igual que las lágrimas, las flemas se quedan atoradas en el pecho o en las cavidades de la cara y se vuelven sinusitis. Cuando es así, entonces el dolor se va a la parte central de la frente y provoca dolor de cabeza.

El dolor de cabeza produce cansancio y la imposibilidad de trabajar. La enfermedad se ha vuelto el único enemigo de la productividad. Quizá por eso han hecho que vivamos más tiempo. Si enfermamos no somos productivos. /

Si enfermamos no servimos al sistema. Los enfermos y los locos, ya lo dijo Foucault, son recluidos en los asilos y hospitales para que no estorben a la producción de grandes bienes de consumo. Todo eso se oye bonito hasta que uno ve que un padre no puede producir y, por lo tanto, queda en cama, en casa, sin nada que hacer; que se deprime tanto que no quiere ni bañarse mientras la madre, mi madre, sale al mundo a tener que trabajar por cinco personas, un enfermo y cuatro adolescentes que, además, viven en una sociedad de una clase social más alta a la que ellos y ellas aspiran /

cuando el ruido de una aspiradora es lo mismo que el vacío del amor, o la histeria de bajar una colina en patines es igual al vacío de la muerte, da lo mismo que te cojan o te sangren, o te vengas. Puta muerte con sus mil duelos.

A los que además hay que cumplirles sus caprichos y hay que detener sus lágrimas que van quedándose dentro de cada uno de ellos y se vuelven después violencia, alcoholismo, bulimia y cualquier otro tipo de actitud ansiosa que requerirá atención médica y psicológica. Pero no hay dinero para eso, porque además no pertenecen a esa clase social que da cuenta del sufrimiento en familia. No, aquí el dolor se calla, y solo se hace piedra, artrosis o vómito.

Cuando se busca en Google sobre el hecho de “llorar” aparecen estas búsquedas
es malo llorar mucho a un ser querido que fallecio
es malo llorar mucho a un muerto
que dice la biblia sobre llorar a los muertos
porque no lloro cuando muere un familiar
como dejar descansar a un ser querido
es malo llorar a un difunto
llorar por la muerte de un ser querido
porque no puedo llorar la muerte de un ser querido

¿Cómo dejar de llorar por la podredumbre de la persona que uno es? Cuando lo que adentro parece más una cueva mohosa que un paraíso /

Cuando la tristeza invade tus huesos y se hace moco. Cuando los mocos salen por la boca como si estuviera infectada de muerte y enfermedad.

Cuando lo rojo de la sangre parece haberse diluido en el odio fundado del otro por mantenerse en vida. Como cuando la vida se hace pesadilla de violencia y desaparición. Cuando no se puede confiar en la propia mirada, ni en la propia percepción. Cuando la palabra locura se sabe exagerada pero, al mismo tiempo, atinada. Cuando efectivamente una está tan hundida entre las lágrimas aprisionadas en el pecho que se vuelven bronquitis y recuerdan tanto a aquel que se vio toser por años, con los puños apretados mientras sacaba una flema más. El enfisema de mi padre era ya tan cotidiano que me acostumbré a vivir con su respiración cortada, con sus flemas expectorantes, con su debilidad ósea. Recordar su postura con las manos sobre la mesa para abrir los pulmones, o los masajes que por las tardes le daba para que pudiera respirar mejor, me vuelven una enferma. Tengo la enfermedad de mi padre metida en mí. Como si recordar me convirtiera un poco en esa identidad de enfermos mentales, físicos, anímicos /

Desde que escribo estos párrafos no he dejado de estar enferma.

Quien diga que no se escribe con el cuerpo está equivocado, no ha podido entrar en ese mundo intermedio entre la belleza y la verdad. Ese mundo dionisíaco que yace ahí para que desde un velo casi invisible podamos crear imágenes falsas, que digan verdades representables, es decir, verdades a medias. Quizá yo no tenga las enfermedades de mi familia sobre mí; quizá simplemente un virus entró y me ha hecho estar enferma estas semanas. Quizá, simplemente tengo bajas las defensas y sobrecarga de trabajo. Simplemente eso. Sería mejor pensar así: de forma científica.

Para los médicos modernos las enfermedades están causadas por virus, bacterias, accidentes, vejez, mal funcionamiento. Es decir, en un momento dado la máquina humana deja de estar bien aceitada y, como los coches, hay que componerlos. Un poquito por aquí, un poquito por acá. Listo. Hasta que llega la muerte o la enfermedad crónica. Ahí ya no hay nada que hacer. Pero se siguen descubriendo remedios para curar. Siempre he pensado que sería fantástico descubrir una cura para el dolor y el sufrimiento. Arrancarlo de raíz. Ser capaces de estar en el mundo sin sentir pena ni hastío. Sin sentir una degradación llamada profunda tristeza o desesperanza. La desesperanza es la peor de las sensaciones porque a partir de ella es que la vida de desarticula. Cuando la vida se desarticula, lo hace la cotidianidad, el tiempo, las relaciones, los afectos. Todo el artificio se derrumba y queda solo una especie de niño cortado dentro de una. Como un niño que llora sin parar dentro de una /

Sueño que le pego a mi hermana sin parar. Sueño que pierdo a mi hija. La extravío.

Dices que esto es locura

que no sé estar.

Que todo es una exageración.

Y lo es.

Que todo es una mentira

y lo es.

Pero de tanto pensarla es real

de tanto vivirla se vuelve falsa.

¿Dónde está mi verdad?

Qué importa la verdad

si no hay felicidad.

¿Qué es la felicidad, mamá?

¿Qué es la muerte, mamá?

¿Qué es el sufrimiento, mamá?

¿Existe el amor, mamá?

¿Existe el abrazo, la paz?

Hay días que me levanto de tan buen humor que podría hacerle el amor al mundo entero. Hay días que son tan oscuros que metería cuchillos cortantes en las gargantas de cuanta persona se me pusiera enfrente. Lo único que sé, es que las lágrimas son infinitas y la ausencia de quienes he querido forman parte de ese ser acuoso en el que me convierto. Yo no soy de las personas que saben olvidar. Quizá por eso la nostalgia es una de las sensaciones más claras que tengo. Quizá por eso y por pensar en el agua y el mar. Mi abuelo era del mar. Mi padre era del mar. Mi hermano es del mar. ¿Y yo? Yo soy de la montaña pero añoro el mar. El mar con sus peces, su tranquilidad, su silencio debajo del agua. El mar con su infinito viaje, inmensidad, alegría. El mar con sus lágrimas, sus sirenas y sus mitos. Con sus Orfeos y sus Butes, con sus barcos encallados y sus sueños piratas. El mar a donde todos vamos y tocamos pero no podemos poseer.

Cuando floto en el mar y miro hacia el cielo, siento que existo. Es de los pocos momentos que realmente puedo sentir mi ser, como si el mar sostuviera mi cuerpo y entonces pudiera mirar hacia eso que soy.

Ese mar de lágrimas, metáfora interna para unos bronquios enfermos. Ese mar salado que purifica. Ese mar azulado que relaja los músculos. Ese mar que promete salvación y muerte. Ese mar y mis lágrimas. Quizá eso sea yo. Un mar sin fin. Álgido y temido. Profundo y desconocido. Yo en el mar no me ahogo, nado.

Quien enferma, fracasa. Quien muere, fracasa. Quien es herido, fracasa. Las lágrimas representan el fracaso humano. Cuando nacemos lo único que sabemos expresar es a través del llanto. El llanto es nuestra forma de comunicarnos con el mundo. Pero lo olvidamos fácilmente. En cuanto podemos usar palabras y entendemos el lenguaje gestual, comenzamos a utilizarlo para suplantar el llanto por frases. Ahí comienza, entonces, el camino hacia la retórica y más adelante hacia la demagogia y la mentira. Mientras no sabemos hablar no podemos mentir. Somos lo que lloramos. Primitivos, humanos, deformes. No tenemos las capacidades bien desarrolladas. Estamos incompletos. Lloramos por comida, por abrazo, por sueño. Lloramos por abandono y por no saber andar. Lloramos por no saber ser, ni hacer. Lloramos porque queremos, deseamos y nos frustramos. La medicina no ha encontrado un remedio para el llanto, para el fracaso. La medicina ha encontrado un remedio para el insomnio, para el dolor de estómago pero no para parar las lágrimas ni el vacío que se siente cuando uno llora profundamente. Hay algo inexplicable en el llanto que no se puede describir, pero tampoco se puede borrar. Es como si algo quedara en el mapa del cuerpo en su tránsito y renovación celular. Hemos llorado toda la infancia /

No hace falta que alguien llore mientras se lee este texto, ni video, ni acción. Solo este relato nimio. Sin importancia.

Una muchacha acaba de caer en cama. De nuevo. Vive sola y está triste. En su mirada y sus ojeras se pueden ver las noches en vela. Ella dice que quiere ser actriz. Estudia y trabaja en un teatro de cuarta en la periferia de una capital europea. Pero ella es extranjera. En las noches, cuando sale de sus clases, siempre intenta convencer a sus compañeros de ir a tomar una cerveza. Nunca quiere volver a su casa porque no tiene una en realidad. Vive en un cuarto donde a duras penas cabe una cama individual y su tristeza que por las noches sale hacia una ventana que da a una construcción. Tiene un escritorio y una computadora que es donde escucha música y escribe. Pero las noches de esa ciudad la ven siempre rondando los bares, sola o acompañada hasta la madrugada, cuando vuelve a su cuarto para dormir toda la mañana y levantarse para ir al trabajo cuando cae el sol. Es invierno. Hace frío. Su cuerpo ha colapsado. Sus huesos duelen. Su cuello duele. Ha tenido un accidente años antes. Es joven pero su mente es vieja. Está dolida. Su cuerpo no puede andar. Y el único acto de amor que encuentra entre todos esos extranjeros es un compañero de clase, que es terapeuta y la invita a su casa para hacerle una cura tailandesa /

Recuerdo un tapete rojo, su barba perfecta, su piel suave. Recuerdo sus manos sobre mi cuerpo, mis ganas de besarlo. Su rechazo y su cariño.

Ella ha metido en su cuerpo todo tipo de sustancias, por meses. Delirios, mordidas, tristezas acumuladas, pequeña muerte diurna que el amigo terapeuta ha visto; la conoce, la tienta, la besa en las mejillas. Ella no deja de llorar. Él la invita a quedarse por la mañana en su casa. Que descanse, le pide. Ella se queda en aquella habitación con olor a incienso, un tapete donde él medita, una sala con muebles heredados, unos árboles que se ven a través de las ventanas/

Recuerdo el silencio, la calma, los vasos que succionaban mi espalda.

Cuando despertó y miró de nuevo la construcción frente a ella, no vaciló en saber que los sueños y las lágrimas son, sin duda, una cura al sufrimiento. La cuestión es siempre saber cuándo parar los sueños y las lágrimas para que no se conviertan en lo contrario: inundación e íncubo.

Enfermedad es un estado de ser.

Tengo enferma lo mismo que llevo de vida.

No sé sanar las heridas que vienen de otras vidas.

Me duele mi madre.

Me duele mi padre.

Me duelen mis hermanos.

Me duele mi esposo.

Me duele mi hija.

Los tengo a todos marcados en las articulaciones.

Eso me provoca náuseas.

Me provoca caídas

Me provoca pesadillas.

Afuera las cosas no son seguras.

Adentro las cosas son claustrofóbicas.

Hay quienes viven en paraísos construidos por dinero.

Nosotras vivimos entre paredes frías y verdugos que caminan

Fuera al acecho.

El pánico no es enfermedad física, sino mental. Dicen.

El pánico sobre algo real.

El pánico como herramienta de sobrevivencia.

Han descuartizado a otro más.

Y otro.

Y otro.

Como venados. Como lobos con machetes, le han cortado la cabeza a un extranjero que iba en bicicleta disfrutando de la selva.

Animales de caza, los paisanos.

Al fondo se escucha Drexler.

En mi interior las olas de los ausentes.

Se dice que uno escoge su vida.

Yo he escogido llorar escribiendo.

Qué tontería, pienso.

Y sigo con las palabras y los sentimientos y las náuseas que todo esto provoca.

Martirio, desilusión, depresión le llaman, seguramente.

Con ganas de expiar, con ganas de acabar con todo,

Con destruir lo hecho. Con el vacío de lo realizado.

Con el destello de unos ojos oscuros que sonríen.

Lo único que vale.

Para cuando uno quiere meterse el cuchillo en la yugular.

Mientras escribo mi cabeza está de lado, triste.

Llora en frases, en ideas, en sueños oscuros.

¿Por qué sigo, después de tanto, volviendo al mismo lugar?

En el portal Mente Maravillosa exponen qué es la depresión, sus síntomas y cura:
La depresión es un tema muy complejo, con una solución terapéutica difícil, que requiere de una explicación y una intervención desde diversos ámbitos del conocimiento. Los científicos lo asocian con una bajada en el número de reforzadores, o de conductas reforzadas positivamente, es decir: el sujeto deja de obtener placer por las cosas que hace. Puede ser porque las acciones hayan cambiado en su forma y contenido y ya no le resulten tan placenteras (cambio de compañía, de lugares, etc.), porque aunque las haga, su mundo interior no las procesa de la misma forma por algún evento psicológico que haya tenido lugar… o simplemente, el sujeto se encuentra tan triste que ni siquiera las realiza. Esta es, sin duda, una de las formas más peligrosas en la que se manifiesta la tristeza: como no nos sentimos motivados por lo que nos rodea, no hacemos nada, y por tanto tampoco obtenemos ningún feed-back, ni positivo ni negativo. No sabemos cuidar de nosotros mismos. Nos hacemos daño continuamente.
Describiendo la depresión/

Aquí la idea es que se cansen de leer este artículo y pasen de largo. Igual lo pongo por si les interesa pensarlo. Eso académicamente no se hace, es aburrido y tedioso, por eso mismo lo dejo completo. La crítica es hacia la forma.

Síntomas emocionales:
La depresión tiene en la tristeza su síntoma anímico por excelencia, y en caso de depresiones severas el sujeto puede hasta llegar a negar ese sentimiento de tristeza. Pero hay otros síntomas anímicos: la irritabilidad, la sensación de vacío, el nerviosismo.
Síntomas motivacionales y conductuales:
Apatía, indiferencia, anhedonia. Incluso puede haber una desaparición de respuestas motoras, de gestos, dificultad de movimiento que no se debe a otra patología. En los casos más graves se puede llegar al “estupor depresivo” (mutismo y parálisis motora).
Síntomas cognitivos:
Se da una alteración de la memoria, la atención y la capacidad de concentración. El conocimiento y los juicios acerca de uno mismo están alterados: culpa excesiva, pérdida de autoestima y desprecio por uno mismo.
Síntomas físicos:
Insomnio, fatiga excesiva, pérdida o aumento del apetito, disminución de la actividad sexual.
Síntomas sociales:
Se produce un deterioro de las relaciones interpersonales, y si se da el aislamiento tiene un peor pronóstico.
¿Es posible curarme?
La depresión a veces se llama “la enfermedad del alma” en términos más líricos, pero es una enfermedad que puede llegar a ser grave y que requiere tratamiento. Hay gran variedad de terapias (La cognitivo conductual de Beck, Terapia interpersonal o Terapias conductuales). Lo importante es entender que aunque no lloremos (quizás hasta no podamos) hay muchos síntomas que nos deben tener alerta.
Porque aguantar, ser fuertes, nos puede llevar a llegar a ser muy débiles. Si te está pasando, pedir ayuda es un paso valiente.

Así podemos saber que sufrimos de depresión y hay que curarla. Curar al alma. Dice el portal. Ir a terapia. Recuerdo cuando a mi hermana le dio una depresión clínica muy fuerte y me di cuenta de que lo que a mí me pasaba no era ni de cerca una depresión, que más bien era una forma de estar. Ella sí no podía dejar de llorar. Estaba tirada en el cuarto que habíamos compartido cuando éramos chicas y no había podido dejar de llorar por días, por meses, por años. Cargaba un dolor sin remedio y sin clara vinculación con un hecho real. Lloraba sin parar y lo que veía, me decía, era un túnel sin salida. ¿Un túnel hacia abajo o un túnel hacia arriba? /

Yo en cambio me masturbo por las noches mientras intento detener el tiempo, que es el miedo hecho noche.

Ironizar sobre la depresión me hace sentir un poco menos monstruo. Porque de otra manera podría hacer una pintura parecida a un cuadro cubista. Creo que Picasso entendía bien la neurosis femenina al hacer el cuadro de Dora Mar con el Gato y otros. Cuando los recuerdos, vuelvo a esos momentos en que mi cara se descompone.

En la terapia de hipnosis a la que asistí antes de la muerte de mi padre, recuerdo que la terapeuta me enseñó a transformar mi miedo y mi ansiedad en una imagen. La imagen era una bola de metal caliente que tenía picos. La terapia se trataba de hacer de esa bola algo que pudiera tomar entre mis manos. Pero siempre aparecía una puerta detrás de la imagen. Eso nunca se lo conté a mi terapeuta. Esa puerta después me recordó a la puerta que aparece en el cuadro Las Meninas, de Velázquez, solo que en la imagen que yo tenía en esa terapia no había ningún hombre.
Los hombres que he visto detrás de la imagen de otro hombre, los vi cuando estaba en Madrid, cuando mi exnovio me veía llorar sin consuelo. No lloraba de desamor, lloraba de miedo a lo desconocido. Siempre he tenido pánico. No sé realmente por qué. Pero mientras lo miraba aparecían desdibujados otros hombres vestidos de sombreros y capas negras. Esos hombres se burlaban de mí y me decían que lo dejara. /

A mí, en las noches, me han despertado hombres con capas; se han aparecido en viajes caminando por la playa de Chacahua y también se me han aparecido en las sombras de mi casa en Chiapas. Esos hombres son los mismos hombres dibujados por Goya.

Cuando caminábamos por el Museo del Prado los vi, eran monstruos. Quizás eran mis parientes. A veces he sentido que vensí mi alma al diablo. Será que algunos somos hijos de la oscuridad. Y México es realmente un inframundo vivo. Los muertos caminan entre los vivos. Tal vez nacemos en esta tierra porque somos hijos del averno. Algo así. Entre Goya y Pedro Páramo hay muchas conexiones; entre Galicia, Picasso y mi locura, estuvo siempre un italiano/

Me río cuando leo esta frase. Hay que estar loco para dejar que esto lo lea alguien más.

Los humores son algo así como un primer stand up (no lo voy a hacer yo) donde una escritora ve el mundo caerse en pedazos y ve morir a sus amigos y familiares mientras un señor y una señora que tienen dinero, que ella tuvo que pagar en impuestos, la invitan a participar en un evento, aunque le dicen que se tome un tecito, que escuche y no debata. Mientras, le meten por el trasero un micrófono para que solo pueda expresarse desde su interior. Ella, en la mano, tiene un discurso sobre el pensamiento crítico y la tragedia que invita a pensar, generar ideas para salir de esa situación de terror que está viviendo. Pero no puede hablar, porque además está penado hablar con groserías, o decir alguna cosa que esté fuera de la norma, impuesta obviamente por los de la producción. Tampoco puede sentirse sometida porque cuando lo hace, una máquina le da golpecitos y tiene que actuar gratuitamente en un festival superimportante que ahora ha propuesto una nueva modalidad: actuar y pagar por actuar. Fantástico. Ella sigue teniendo en sus manos su discurso, comienza a leerlo. Una alarma sísmica comienza a apuntalar. Es un stand up que se llamará INCUBO. La pregunta es: ¿Cómo llegó ahí? ¿Por qué aceptó las reglas? Al final, simplemente se da cuenta de que puede bajarse del escenario y salir caminando hacia su casa./

Este texto lo leí en una mesa sobre feminismo donde nos pedían hablar de forma políticamente correcta, y para mis humores, me senté y leí esto; después, una feminista se acercó a decirme que ella podía ayudarme.

Sentir dolor es quizá también una herramienta de cura frente al mundo. Quien siente dolor no puede accionar, ni sonreír, ni ser productivo. Cuando sentimos dolores o que la sangre nos hierve, lo único que podemos hacer es tirarnos al piso, en la cama, tomarnos la cara con las manos o comenzar a pensar en cómo mataríamos a ese ser que sentimos nos ha hecho daño. No hay cura para el odio y la venganza. Pero el odio y la venganza son pulsiones, sexuales. No hay relación científica entre la pulsión de comerse a sus hijos vivos o matar y los fluidos sexuales, que además son blanquitos y dulzones.

Los fluidos, esos líquidos que parecen nimios, quizá tengan más influencia (y miren, la palabra “Influencia”, que viene de fluir, de líquidos que interactúan con nuestros cuerpos, y por lo tanto, con nuestras emociones más profundas) sobre nuestra forma de ser y de pensar que lo que se ha demostrado. Aunque la medicina antigua asumía esta relación y la trataba junto con la enfermedad y la locura.

Las mujeres dionisíacas, enloquecidas

No servimos para las relaciones públicas,

Ni para que los hombres nos cojan y nos den trabajo.

Las mujeres dionisíacas no sabemos vivir

Ni sabemos querer.

Las mujeres dionisíacas hacemos mal al mundo

No podemos entablar conversaciones coherentes,

Porque lo que hacemos es desvestir la realidad.

pero estas otras mujeres, bien peinadas aunque feas

Muy feas

Que seguramente nadie ha caído bajo sus encantos

Porque no tienen encantos,

Aplastan y critican y humillan públicamente a las locas

A las desubicadas y lo logran.

Huimos acabadas,

Arruinadas

Cansadas y miniaturas

A nuestros sueños

Donde la humedad y el mal olor de todo eso

Vivido, acumulado y destrozado

Queda en la cama como pedazos de una cerámica rota

Antes de nacer.

Las mujeres dionisíacas quizá nacemos

Para el sacrificio

Para la enfermedad

Para la locura y la muerte

Y para arrastrarla

Por los siglos de los siglos.

Las mujeres somos agujeros viscosos. Cuando la viscosidad se vuelve palabra, cuando la viscosidad y la sangre se vuelven enigma, entonces yo le llamo “vida”. El desborde de lo viscoso penetra la razón, quizá por eso las mujeres somos tan grandes poetas cuando estamos desquiciadas, porque cercanas a la muerte nos resucitamos, nos volvemos pura sangre y lágrimas; nuestro cuerpo blando y carnoso se vuelve penetrable, se vuelve aniquilable, y demacradas vamos hacia la hoguera, sin problema, porque quizá la carga otra es tan grande que lo mejor es dejar las vísceras en el camino. /

Es como decir “cómeme” y “chúpame”, que lo único que siempre me ha hecho sentir viva es cuando me penetran o floto en el mar.

A eso se le llama enfermedad mental y es por eso que en este trabajo también he decidido analizar la enfermedad mental, porque no es lo mismo que se enferme el cuerpo que la mente. Vengo de una familia de enfermos de todo tipo, pero los mentales resultamos ser unos vagos extraños que al mismo tiempo que no podemos trabajar, ni socializar, sabemos de etimologías con la pura lógica.

Esa es otra conjetura no científica.

La mente comienza a hacer una serie de conjeturas que se vuelven juego y nos distraen de la vida, y entonces los pensamientos se vuelven La Vida, o las palabras, o lo que uno siente, y todo eso claro que está desbordado, deforma la mente, la sinapsis y la vida. No les recomiendo enfermarse de la cabeza. Pero lo cierto es que cuando eso sucede, de pronto la vida se vuelve una creación constante y en todo ello uno encuentra algo de belleza, o verdad.
Ayer por la mañana, después de un día turbio y violento, amanecí con la idea brutal de que soy una persona que vino a este mundo a preguntarse realmente qué es la vida. /

Es una estupidez lo que escribo en esta frase. Pero es tan estúpida que es cierta.

Receta neosurrealista para tener bien equilibrados los fluidos de la vida.

1. Escupa a todas las personas que le hacen daño. O en todo caso, dibuje que les escupe.

2. Cague siempre pensando que saca de sí mismo al mal.

3. Cuando sangre, chupe la sangre y piense que eso le dará eternidad.

4. Huela su líquido sexual. Sobre todo después de coger. El olor dulzón se impregnará en sus fosas nasales y estará de buen humor todo el día.

5. Limpie la orina de su casa. La de los gatos, la suya y la de sus hijos.

6. Cuando llore, deje que las lágrimas se escurran por su piel. Como un baño de antaño, quédese un poco quieto, sin mirar a nada ni a nadie. Sienta el agua sobre su piel y su recorrido como un rocío por la mañana. Comenzarán a despejarse las nubes mentales. Haga una plegaria a las lágrimas, que son nuestras compañeras más sabias.

7. Haga un dibujo con todo eso que va saliendo de sí mismo. Como un ritual de materialidad sin sentido.

8. Haga un libro con él. Quizá algo de lo monstruoso dentro de uno, se exorcice.

9. Repita la operación cuantas veces lo necesite hasta ser viejito.

10. Muera como todos los demás.

¿Qué relación hay entre las lágrimas y lo ácido?
La sangre es dulce. Las lágrimas son ácidas, saladas.
Se dice que separarse de la madre es casi el trauma más potente que un humano puede tener. Cuando una madre abandona a un hijo o una hija, y eso puede ser realizado de múltiples maneras, ese ser humano queda indefenso. He notado que no importa la edad que un humano tenga, la ausencia de la madre los transforma. Esas ausencias se pueden dar en muchos sentidos, puede ser cuando la madre limita la vida de sus propios hijos, y ellos, para sobrevivir, se alejan. Puede ser por inconsciencia o cansancio de la madre que los deje a la intemperie. La obra de Bertolt Brecht retrata de la forma más trágica posible esta suerte de complejidad de la relación de la madre con los hijos.
Lo que hizo Trump con esos niños que ha separado de sus familias es parecido a lo que, durante la historia de la humanidad, han hecho los que quieren controlar pueblos con el desgarro de esos lazos.

Mi madre me abandonó en un punto. En el punto donde quise ir a coger con el primer hombre del que estaba enamorada. Fue una traición a mi madre que se había quedado sola, sin esposo. Quizá su moral y su religión no le permitieron dejarme ir. Me fui igual. Y desde ahí quedé huérfana de padre y madre.

Solo el hombre entre los vivientes posee el lenguaje. La voz es signo del dolor y del placer, por eso la tienen también el resto de los vivientes (su naturaleza ha llegado, en efecto, hasta la sensación del dolor y del placer, y a transmitírsela unos a otros), pero el lenguaje existe para manifestar lo conveniente, y lo inconveniente, así como lo justo y lo injusto. Y es propio de los hombres con respecto a los demás vivientes, el tener solo ellos el sentido del bien y el mal, de lo justo y de lo injusto, y de las demás cosas del mismo género, y la comunidad de estas cosas es la que constituye la casa y la ciudad.
Aristóteles, Política, 1253a, 10-18.

En busca de una explicación
Escribo para comprender. Por eso, las palabras, las formas y los géneros con los que se escribe son fundamentales para las preguntas que uno se hace. Como si la forma fuera indispensable para resolver el enigma. Construyo objetos textuales deformes con el deseo de que ahí, entre todo eso, se encuentre alguna pista o salvación.

Si yo tuviera que explicar la vida diría que es un interior exteriorizado que late. Y que mientras más se expresa, más crece; y si pudiera yo dejar algo de mí en los otros, serían esas huellas de pasión que se desbordan en palabras, en míseras frases llenas de otoño y calentura. De besos y baba, de lenguas mezcladas en las tardes frías y manos chicas en las manos grandes.

Si yo tuviera que explicar la vida diría que es sangre fluyendo rápidamente, a veces por miedo, a veces por desesperación de ser amado. Otras, pocas veces, por armonía con el viento que se deja sentir en la piel, porque por un momento respiré mientras caminaba de la mano de alguien, hija o amante. Porque la vida es algo que no existe en tanto no permanece y solo intentando dejar huellas es que podemos imaginar que algo de nosotros queda en los demás.

Si yo tuviera que explicar la vida diría que es el amor expresado en preocupación, en llanto, en herida, en muerte que nos deja por un momento algo así como grietas llenas de sentimientos y pensamientos que no están hechos de palabras: a veces son abrazos, gestos o miradas, en general de otros hacia nosotros mismos, que nos levantan por los aires o nos hunden en pantanos internos que duran meses, o años, o toda una vida.

Si yo tuviera que explicar la vida, o la enfermedad, o el sufrimiento, diría que algo de natural hay en ello y que la búsqueda de supresión es la anomalía; que la mecanización de ser y estar es la enfermedad, que la locura es solo exceso de ser por dentro, que la enfermedad es grieta que supura para sentir, que el sufrimiento es el deseo frustrado de fundirse en el mundo y en los demás. Que hay algo de paradoja en el sentir, en el ser que siempre desconectado del seno materno y del cordón umbilical busca, a veces con desesperación, a veces con alegría, esa unión perdida; y que mientras busca, construye y destruye en ciclos concéntricos ascendentes y, en casos donde se sufre, descendentes hacia la muerte. Uno puede siempre bajar o subir en el tiempo. Que la vida es un contexto, pero también unos humores que modulan nuestro estadío y nuestro ritmo en relación con el mundo. De esos humores, de esos fluidos y de la relación con el cuerpo en tanto mundo es que surgen la vida y la experiencia.

Si yo tuviera que explicar qué ha sido mi vida, diría que un volcán que se ha convertido en mar, después en vidrio y ahora poco a poco en animal. Quizá de vieja, ojalá sea yo en un momento vieja, sea un poco más humana. Aunque creo fervientemente que ser humano es una utopía y que, más bien, intentamos luchar contra la olla hirviendo en nuestro interior para sentir un poco de ese espíritu inmortal que llevamos dentro, y que la armonía de esos dos principios amorfos mezclados pueden construir a un humano; aunque que yo todavía no he podido dominar esos fluidos espirituales, corporales e intelectuales lo suficiente para poder explicar cómo se vive, y como dirían los griegos, como se bien vive. Por el momento exploro el lenguaje para ver si llego a un punto en que me ayude a responder/me por qué sufrimos, y por qué lo hacemos a veces tanto y tan intensamente.

Porque la enfermedad tendría que ir a parar a algún lugar. Es decir, no solo existir, sentirse, ser y luego desaparecer. ¿A dónde van todas esas emociones?, sentimientos químicos que, además, hoy se dice son reacciones neurológicas y lo que forman las personalidades. Si un niño es violento, hoy se dice que tiene un problema de percepción neuronal. Hay estudios fantásticos que hablan de cómo todos nuestros sentimientos, emociones, dolores y estados son producidos neuronalmente, gracias a unas substancias que tienen nombres muy bonitos: oxitocina, dopamina, endocannabinoides, endorfinas, gaba, serotonina, adrenalina, algunas de las más publicitadas.

En un artículo de El País, se explica:
Según explican, una emoción es, en primer lugar, una función fisiológica que dispara una serie de respuestas en el organismo. “Se estimula el nervio vago —cosquilleo en el estómago—, las glándulas suprarrenales liberan hormonas como la adrenalina o el cortisol, y la musculatura se tensa. Tiene una función protectora. Se estima que un estudiante comienza a liberar adrenalina 16 días antes de un examen. Durante la prueba se produce un pico que le hace rendir más y cuando termina baja”, explica Morgado.
Morgado muestra imágenes de la actividad cerebral de una persona normal y de un asesino en serie confeso y convicto. No son iguales: “En el del asesino, la parte anterior no funciona correctamente. No solo tienen un vacío de actividad en la parte racional, sino que tienen muy activa la parte del cerebro emocional. Eso se ha comprobado en más de cuarenta asesinos”, explica. Aquí juega un papel esencial una sustancia, la serotonina, que es un neurotransmisor que estabiliza la fisiología del cerebro en general y modula la conducta. Atempera los impulsos y protege contra la agresividad. Quienes tienen niveles bajos de serotonina son más agresivos. Una idea de la importancia de este neurotransmisor es que en el cerebro se han identificado 15 receptores distintos, lo que significa que interviene en muchas funciones.
Hay también una patología de las emociones. Por ejemplo, en la depresión, los mecanismos bioquímicos que hacen que una sensación sea agradable, está inactivada. Las personas deprimidas tienen, según Bulbena, una dificultad para percibir como positiva o placentera una experiencia. Bulbena definió los síntomas que definen algunas de las patologías más frecuentes.
https://elpais.com/diario/2005/05/31/salud/1117490405_850215.html

Con estas respuestas, entonces, ya podemos sentarnos tranquilos y dejar que la química de nuestro cerebro haga por nosotros el trabajo de sentir, vivir, enfermarse y sufrir. Porque la explicación científica está a la mano. Son los químicos de nuestro cerebro los que producen las emociones, no nosotros.
Somos una máquina que produce fluidos, químicos y está construida de huesos, órganos, tendones, músculos y elementos viscosos recientemente descubiertos, de nuevo por la medicina contemporánea, que es cada vez más especializada y da razones para cualquier duda, o vacío emocional, o ganas de matarse, o dudas sobre la racionalidad del ser humano, o su egoísmo y su lucha por la sobrevi-vivencia, todo a partir de la neurociencia. Maravillosa ciencia que explica que todo lo hace nuestro cerebro sin la intervención de la voluntad humana. Fantástica resolución para la libertad de los humanos, si lo pensamos bien. Para quitarnos cualquier responsabilidad de tener un viaje interior, de modular nuestro carácter, de pensar o hacernos ciertas preguntas. Una respuesta perfecta para dejar de ir a rezar o preguntarles a los dioses por qué seguimos sufriendo o por qué nos mandan otra peste o el fin del mundo.
Mientras los océanos se llenan de basura, los medios, a través de sendos artículos de divulgación científica, nos dan respuestas en menos de tres mil caracteres a la cuestión de por qué somos como somos.

Quizá la salud esté en el agua limpia, el río que fluye

Los árboles que antaño acompañaban el paso de los hombres

Y mujeres y niños por los campos soleados.

Quizá la salud esté, como los antiguos pensaban, en la conversación

En el silencio y la respiración.

Quizá la salud esté en vivir fuera de las ciudades,

Cultivar la tierra y dejar atrás la cultura de masas.

Quizá la salud esté en no vivir con quien no queramos

Ni amar a quienes nos hacen daño.

Quizá la salud esté en emprender el camino

De la mano de los hijos o los amantes

Y encontrar una pequeña casa en las montañas

Desde donde se pueda mirar la inmensidad del planeta.

Y aunque ese camino ya lo haya emprendido

Y me haya encontrado con la miseria, la soledad y

La venganza de esos hombres y mujeres que aislados

Continúan con sus andanzas malhechoras, con sus envidias

O sus iras, aún así

Quizá la salud se encuentre ahí.

Ahora que, quizá también la salud no exista

Y entonces por ello los humanos intentaron el desarrollo

La tecnología, la comodidad de las ciudades

Los transportes ultraveloces

Los teléfonos digitales, los restaurantes delivery

Las series de televisión, la moda, y el arte.

Quizá buscaron huir de la cueva y la naturaleza

Y la pesadez del sol, y el río que no daba más que

Un solo sonido, para inventar el tecno, inventar el rock

Para inventar el sadomasoquismo y la pornografía.

Quizás aburridos de la salud, buscaron la enfermedad

Para sentir el pulso de la sangre y el miedo

Y la muerte.

Quizás entonces caminaron hasta aquí

Para destilar orines en las grietas de las calles

Y para poder sentir el placer de meter el cuchillo en la

Yugular de otros o sentir el poder de dar muerte a

Un ser odiado.

El repudio y la violencia también podrían tener algo

De natural, y entonces el río no es tan bello

Las montañas no son nuestras

Los cielos no son tocados y

El mundo nos es ajeno

Y la salud sea solo una idea

Como decía Platón, perfecta

E ideal.

Mientras tanto seguimos buscando

Los ríos cristalinos

Los campos verdes

Y los atardeceres anaranjados

Mientras tanto se siguen descubriendo

Síntomas sin cura

Curas sin pacientes

Dolores crónicos.

Mientras tanto se siguen los soles y las lunas

Los lobos y los cómics

Los perros y sus dueños.

Mientras tanto se siguen los amores frustrados,

Los viajes no realizados

Y los abrazos clandestinos.

Mientras tanto se siguen las palabras

Las formas y las notas.

La enfermedad nos forma

Y nos deforma.

Nos vive y nos mata.

Mientras tanto Plutón sigue siendo, y no

Un planeta.

Como todo. Es y no es.

Eterno y contingente

Libre y esclavo

Todo al mismo tiempo

Sin tiempo.

Podría parecer inapropiado escribir sobre la salud y la enfermedad, sobre mis humores o los fluidos vaginales que salen de mi cuerpo cada tanto. Podría parecer políticamente incorrecto con tantos migrantes, desplazados y muertos. La conciencia de clase, la conciencia política y el activismo son parte de los valores de un grupo de personas que tienen, en definitiva, la sangre, la panza, para hacer ese trabajo. Yo, por mi parte, solo puedo escribir algo así. /

Imposible no caer en los lugares comunes del dolor, por eso me burlo, intento encontrar las grietas de las palabras desgastadas para ver si les puedo sacar, de nuevo, algo de verdad.

Los niños salen para librarse de las bombas.

Los niños salen para librarse de los narcos.

Los niños salen para no morir de hambre.

Los niños son separados de sus padres para volver

a lo que dejaron con el corazón estrujado.

Los niños sueñan.

Los niños duermen en los brazos de sus padres.

Los niños sangran.

Los adultos languidecen, pálidos esperan un abrazo.

Los niños siguen caminos inciertos.

Los niños aprenden a hablar otros idiomas.

Los niños, dicen, se adaptan.

Mientras, el resto de los humanos opinan que no

hay que abortar, que está mal.

Mientra,s el resto de los humanos gasta cientos de euros, dólares y pesos en licores y viajes a la playa, donde mueren peces a causa del plástico en los océanos.

Mientras, el resto de los humanos impiden que estos jóvenes que no murieron, crezcan, piensen, sueñen y logren sus proyectos.

Los niños son el futuro, dicen.

Mientras, los padres trabajan sin descanso, mueren de a montones, el resto de los humanos piensa sobre qué grande es su pito o sus tetas, o su coche, o su pelo, o sus uñas, o sus tacones, o su inteligencia podrida, o sus contactos y empresas, o su cuenta bancaria.

Los niños huyen, en fin, de los humanos, para encontrarse siempre, por siempre, al verdugo vestido de ayuda humanitaria, o startup.

Que nada tiene que ver con los humores, que nada tiene que ver con la salud y la enfermedad, pero sí con el sufrimiento. Porque la política viene de vivir una vida en comunidad y sufrir por los otros y por uno. /

Y solo porque no es melodramático, no pega. Vaya usted a saber.

El destino del otro es mi destino. Recuerdo una improvisación que hice hace muchos años: cuando en la impro (así se llama a una forma de teatro cómico) yo, bien densa, me ponía en los zapatos de los que sufrían. Nunca fui buena improvisadora, por cierto. Para serlo también hay que tener panza. Agallas. Pasión por ser mirado y mucha labia. De esa que es rápida y oral. De esa que cuenta chistes y parece no importarle nada. Pero algunos tenemos las palabras escritas. Tenemos los espacios vacíos, tenemos los borradores de palabras y los sufrimientos internos. Los pensamientos que van sin destino. /

Y aquí también entran los editores, los dramaturgos sin talento, los críticos pequeños, los frustrados y robadores de ideas, los que tienen apoyo, los que van de divos, las que van de hashtag los adoro.

Que se acomodan solo cuando los escribimos. Insisto en que este texto no va dirigido a alguien en especial. No tiene ningún sentido en el mercado. Es sencillo, fragmentado y parece más una confesión que un tratado. Pero algo de tratado quería hacer en estos tiempos que corren.

Quiero tratar. Es decir, quiero intentar dar cuenta de una complejidad que no es fácil crear. Porque la complejidad no es algo que se comparta en nuestros tiempos, digitales y reales. Porque la polarización de las opiniones es cada vez más natural y legítima. Porque pensar que Adán y Eva existieron se contrapone con la ciencia, que claramente asume que eso es un mito. Pero muchos creen en mitos. Entonces, ¿qué hacemos con los mitos? Hacer mitos es hacer escritura. Es hacer historia. Es explicar el mundo. Es intentar hacer cueva, fogata, contar historias. Pero, ¿qué pasa cuando las historias no son verdaderas?, ¿cuando dar cuenta del terror y el sufrimiento ya no es suficiente? Nunca es suficiente. Me gustaría poder escribir para toda la eternidad, quizá de esa manera pueda sentir que mi tarea ha terminado. Pienso con palabras durante el día y la noche. No duermo bien. Casi nunca. Invento proyectos, negocios, formas de vivir, siempre diferentes. Huyo, me hago mis mitos, me subo a la barca y ando sin rumbo fijo. Durante el día solo el café me reconforta. Por muchos años el sexo era el único lugar donde sentía paz. Solo a través del movimiento de mi propio cuerpo, a través de la danza y el sexo, podía sentir la vida.

Cuando los fluidos del cuerpo salían de mis amantes y los míos se mezclaban en olores fuertes y exquisitos. Cuando mi cuerpo yacía en las camas de desconocidos era cuando sentía que algo de la vida estaba ahí y que no podía ser retratado ni contado. Algo de lo mítico desaparece con el acto sexual porque es real, concreto y deja rastros líquidos que modifican el cuerpo. /

Recuerdo su lengua entre mis piernas, sus anteojos en la mesa de luz, su piel suave y flaca, su enojo frustrado, su angustia.

Una cita de Bataille y todo su tratado sobre el erotismo pueden ayudarme a entender mejor esta sensación:
Sade y Goya vivieron más o menos en la misma época. Sade, encerrado en distintas prisiones, rozando a veces el límite de la rabia; Goya, sordo durante treinta y seis años, encerrado en la prisión de su absoluta sordera. Ambos tuvieron esperanza en la Revolución francesa, pues tanto uno como otro sintieron una enfermiza aversión por los regímenes que se basaban en la religión. Pero lo que más les unió fue la obsesión por los sufrimientos excesivos, Goya, a diferencia de Sade, no asoció el dolor a la voluptuosidad. No obstante, su obsesión por la muerte y el sufrimiento se manifiesta mediante una violencia convulsiva semejante al erotismo. Pero, en cierto modo el erotismo es la salida, la infame escapatoria del horror. Goya vivió aislado por su sordera y por la angustia, siendo humanamente imposible decir, tanto de Goya como de Sade, lo que el destino aprisionó más cruelmente. Es indudable que Sade, en su aberración, preservó sentimientos humanitarios. Por su parte, en sus grabados, dibujos y pinturas, Goya llegó a la aberración (aunque sin infringir las leyes). /

También podría decir que tu boca parece espumosa, que tu culo se antoja detrás del mío y que tus canas podrían frotarse contra mis pechos, una y otra vez, por un largo rato.

El semen es dulce al igual que el líquido que sale de mi cuerpo. Cuando voy al baño huelo lo que queda en la ropa de ellos. Recuerdo a través del olfato mi trayectoria de cuerpos compartidos. El sexo cura, dicen. Yo también he encontrado que mata. Porque se confunde amor con sexo, se confunde poder con sexo, se confunde sexo por cuerpo y cuerpo por alma. Sí que existe.

Los fluidos son lo único que queda como huella, como ruina de eso que fue. Vuelvo a intentar.
Los fluidos son lo único que me da vida. Vuelvo a intentar.
Los fluidos son éxtasis. No se llega a nada con eso.
Los fluidos son. Esta frase no es literaria, es moral y culposa.

Una y otra vez disfrutar el cuerpo del amante, buscarlo sin descanso, a la mañana, a la tarde, hacerlo de nuevo, otra vez, más fuerte, más suave, violento, tierno, sin término, ni descanso. Hacerlo en el baño, en el coche, en la calle, en la selva, en la hamaca, en la playa, con la arena, en la cama, de un hotel, de la casa de los padres, de sus padres, de la hermana; o en un museo. No importa, solo el olor a pegado, el olor de otra vez, del acto dionisíaco que es letal, me lleva a la muerte, a la asfixia, al desmayo. Coger tanto que el cuerpo enferme. Esa era mi meta. Esa era la sensación más rotunda de haber llegado a un extremo de la vida y de la muerte. Esa bisagra ensoñada, esa bisagra de músculos y de desmayos que hace que el cerebro no pueda pensar igual. Que no piense, se dice. Pero no es así. Es que el cansancio del cuerpo lleva a estados diferentes. Como cuando uno baila danza Butoh, y el cansancio es tan fuerte que algo comienza a pasar con la mente y las imágenes que uno proyecta dentro de sí. Y cuando pienso en Butoh pienso en sexo, por la tensión del cuerpo, por el vacío que interpreta el cuerpo, por la añoranza de otro mundo. Porque el sexo parece el canal para ir hacia otro lugar, como el sueño, como el alcohol, como la danza, como el éxtasis. Juventud en éxtasis era un libro de un autor conservador para hacer pensar a los jóvenes sobre sus instintos, que los llevarían a socavar su vida, según él.

El éxtasis es una droga que probé en Barcelona, donde la reacción fue la de aventarse al mar un día después. Pero el sexo que esa noche tuve con un hombre que tenía novia, aunque había ido a su casa por el deseo de quién sabe qué, no lo puedo olvidar nunca. Porque en el sexo no hay moral. No hay nada más que un cuerpo siendo penetrado por otro, y dentro de esos fluidos suceden muchas cosas —pero también nada sucede—. En un momento el éxtasis se pierde, se diluye, la química del cuerpo cambia, los deseos cambian. El vacío se hace presente y lo único que uno quiere es dejar de tener sexo. Meditar. Sangrar, menstruar en soledad. Masturbarse. Producir los propios fluidos. Modificar el tiempo. Crear imágenes en la cabeza. Disfrutar al propio ritmo. Oler únicamente el propio fluido. Dormirse con él. Sonreír. Sentir los pezones ponerse duros sin que nadie los toque. Curvar la espalda. Sentir las vértebras estirarse al ritmo del orgasmo sin sentir la mirada del otro. Un éxtasis de la soledad. Como la escritura. Como las palabras. Como escuchar música mientras los demás están fuera. Como caminar por las calles empedradas o leer un libro en una cafetería mientras el café se enfría. O acostarse en la cama y mirar el techo. Un éxtasis de la soledad que quizá sea más sano que el compartir todo el tiempo el cuerpo con los demás. Las palabras con los demás. Los pensamientos, las miradas y las culturas.

Porque el sexo, el semen y los fluidos vaginales son parte fundamental del funcionamiento del cuerpo. Y los estudios sobre el acto sexual han llevado al desarrollo del psicoanálisis, pero también de obras literarias de gran envergadura. Esta última palabra tampoco es casual, pues tener la verga dura (ya sé que no es el significado de “envergadura”; jugamos, por un momento, a que sí) significa también excitarse por los estudios sobre la sexualidad mientras uno se masturba pensando en la alumna y el maestro, o la niñera y el señor que le paga, o en miles de páginas pornográficas y revistas para señores. La sexualidad y la violencia van de la mano. Y el poder y la sexualidad parecen la perversión, de alguna manera, de un buen vivir olvidado. No se puede escribir de forma correcta en tiempos donde mujeres yacen encarceladas maquilando la ropa que usamos, ni los niños centroamericanos duermen en jaulas como perros, ni hombres y mujeres huyen en balsas o en trenes o en camiones para llegar a una frontera que no es permisiva, que los ilegaliza y los procesa, que los encierra y los separa de sus hijos. Si esto no tiene que ver con la enfermedad, con la sexualidad, con la falta de libertad, con la idea de opresión y poder, entonces parece que no tiene sentido este libro, este escrito, este sentir.
(Aunque, efectivamente, este texto no sirve de nada para cambiar los problemas del mundo, eso está claro. Qué espanto la exposición de la incongruencia, ¿cierto?).

Argumentar de forma racional no tiene que ser algo frío. Argumentar de forma científica tampoco. Buscar la cura a la locura tendría que estar relacionada con buscar la cura de los cuerpos, de la sensación de sentir la piel y el sudor del otro. De sentirse unidos, de sentirse uno solo por un momento. Hacer el amor, se dice en mi país cuando no se quiere decir que lo que pasa es la intersección de dos cuerpos y sus fluidos. El acto es placentero, pero también doloroso. La vulnerabilidad es necesaria para poder disfrutar. Y entonces aparece aquí un problema: para disfrutar el cuerpo hay que estar “flojito y cooperando”. Esto quiere decir relajado. Para estar relajado uno tiene que tener confianza en sí mismo, en el otro, en el mundo. De tanta religión oscurantista nos llega solo esta culpa profunda de vivir. Este destino de desterrados, esta encarnación del sacrificio de Abraham por su hijo. De esta religión nos viene entonces una rigidez y miedo. Ambos necesarios para la manipulación de las mentes y los cuerpos. /

Canto en el coche a todo volumen. Rock de los noventa. Recuerdo el primer pasón de opio. Era igual que la caricatura de South Park. De hecho, en el 96 no existía esa caricatura y los señores y señoras de ese billar de pueblo periférico de New Hampshire eran iguales a los retratados, lo que me lleva a pensar que los de South Park también fumaban opio. En esa zona algo normal. Sabe a flores.

La medicina, entonces, se pone en función de estos principios. La cura no existe, no abramos cuerpos, no hagamos cirugías, no indaguemos en la mente, borremos la homosexualidad, borremos la libertad de la mujer, borremos la libertad de los hombres de ser libres pensadores. Entonces, ante esto, la ciencia, podríamos decir, ha ido más adelante y nos han salvado la filosofía y la teoría crítica. /

Que luego es usurpada por los menos inteligentes para escribir tratados como estos que se burlan y parecen más posts de Facebook que realmente un libro. Pero no importa, así son los tiempos y así me gusta escribir.

Nos dan pie algunos textos rebeldes, algunas escrituras no subordinadas, y ahí estamos. Pero no a tantos, es más, a casi ninguno le llegan esas escrituras. Porque no están en las estanterías, ni en las bibliotecas públicas. Porque no están en los misales, ni en los cantos antiguos. Porque no están en los cuentos de hadas, ni en las películas de Hollywood: están cifradas en libros casi impenetrables. Otra palabra importante a la hora de pensar es que con esos libros uno no puede hacer el amor. Es decir, su escritura teórica, sus argumentaciones, implican un pensamiento formado. Para acceder a esos escritos, entonces, no solo se necesita de cierta formación, sino de una deformación radical. De una búsqueda personal, de una necesidad de leer al revés. Pero ahí están, abren sus hojas para ser leídos, para ser inspiradores de otros textos pero, sobre todo, de otra vida.

Sin sexo, sin palabras, sin conocimiento, así andan la mayoría de las personas de este planeta. Máquinas consumidoras de productos industrializados donde se venden cuerpos plastificados, museos muertos, pinturas en repetición, arte mercantilizado, festivales, premios y viajes para quienes saben decir: Bueno, esto es lo que hay. Habría que irse de nuevo a la cama con el amante joven, comenzar a lamerle el prepucio, disfrutar la no productividad que trae la libertad y el sexo. Dejar pasar el tiempo entre las cortinas que se vuelan, las sábanas que se ensucian y las caminatas con el cuerpo descompuesto. /

Ver Medea, de Pasolini, mientras me toca el clítoris y siento mis pezones endurecerse. Toma mi cadera y la mueve hacia sus genitales. No me penetra, pero yo me mojo.

Habría que volver a la mirada que posaba sobre su cuerpo por días, meses, años, sin intentar decir nada más, sin la necesidad de abrir un solo libro o escribir. Porque el sexo lo que produce son ganas increíbles de pintar. De bailar. De gozar. Porque lo que produce el sexo es música de vida. Entonces, claro que Nietzsche se vuelve parte de este camino. Y ahí nos viene acompañando con sus textos, al igual que Bataille, al igual que el Marqués de Sade. Entonces, claro que nos acompañan esos que escribieron desde una cama, como Proust; o los que perdieron el tiempo y la vida, como Thomas Mann, y nos dejaron esas joyas llenas de sensualidad al infinito, como Agua viva, de Lispector. Como el sexo, la lectura, la deformidad en todo lo que da, el desfase del tiempo en los cuerpos y las caricias y la penetración que descansa en cada jadeo y la reiteración de la libertad y del desborde emocional. De ahí el alcohol, el vino, la sangre, las lágrimas y todo lo demás. De ahí fumar, viajar, perderse, coger en el medio de la selva, venirse como si una fuera una flor de campo, un volcán que ahí, parado y extasiado, se prende fuego y llora y abraza al mundo, y se desborda como la selva exótica con sus sonidos y sus lluvias torrenciales.

La violencia del placer espasmódico se halla en el fondo de mi corazón. Al mismo tiempo, esta violencia —me estremezco al decirlo— es el corazón de la muerte: ¡se abre en mí!
La ambigüedad de esta vida humana se refleja tanto en un ataque de risa como prorrumpiendo en sollozos. Existe la dificultad de conciliar el cálculo razonable que la fundamenta, con esas lágrimas... con esa horrible risa.
Bataille, Las lágrimas de Eros.

Cuando él se vino por primera vez en mí.

Cuando él se vino encima de mí.

Cuando él se vino fuera de mí.

Cuando él se vino sin mí.

Cuando él se vino lejos de mí.

Cuando él se vino dentro de otra mujer.

Cuando yo añoraba su cuerpo en mí.

Lloraba

Y me tocaba

Y corría a la cama de otro

Y de otro, y de otro,

Entre faros y mordidas

Entre éxtasis y locura.

Entre eso yo me perdí

me hundí

En las noches y los bares

Y una soledad amarga

De teatro y payasos.

Pero el sexo

Quizás enfermo

Fue tanto, y tan variado

Que se desgastó en el tiempo

Y cuando recordé

Él ya no estaba en mí.

Quizá la necesidad de sexo se vincule a las hormonas. Y no sea una necesidad vital, como le dicen muchos. /

Nunca pude tocarlo. Soñé tanto con él que se desvaneció fuera del tiempo.

Ahora se dice en las revistas que las mujeres de cincuenta o sesenta años necesitan sexo. Pero, ¿qué pasa con compartir la vida con una sola persona? ¿Qué pasa cuando los cuerpos de las mujeres tienen hijos, se cansan, se desgastan, se vuelven tumba en vida? ¿Qué pasa cuando la juventud de una mujer acaba? ¿Qué pasa cuando los hombres viriles y viejos miran las piernas de las mujeres con pieles más tersas, más llamativas, más brillantes? Las mujeres de cierta edad no producen más que nostalgia. Cuando se busca en Google sobre la sexualidad de la mujer, aparece lo siguiente:
El orgasmo es responsabilidad de la propia mujer…

Toda la verdad sobre la sexualidad femenina | ELESPECTADOR.COM

Sexualidad: 10 cosas que buscan las mujeres durante el sexo…
Mujer y sexualidad: ¿existe una estimulación adecuada? - 15/11/2013…
Sexo: Qué ocurre con el deseo sexual de las mujeres una vez llegan…
Abro el último link y leo:
A medida que ellas envejecen, comienzan a experimentar una pérdida de la libido. No obstante, es un proceso natural que además puede revertirse siguiendo estos consejos…

El título aquí citado fue escrito por Miguel Sosa. Un hombre hablando de la sexualidad de las mujeres. Claro, cito:
un nuevo estudio publicado en el Journal of Sexual Medicine demuestra que en el fondo no hay por qué alarmarse, ya que la disminución del deseo sexual a medida que se envejece es más corriente de lo que se pensaba: al menos un 70% de las mujeres que participaron en la investigación, todas entre los 40 y 65 años, declararon que cada vez tenían menos ganas de sexo.
Sabíamos por las investigaciones previas que era un problema común, pero nunca habíamos visto un porcentaje tan alto.

El problema no es de la mujer, según este artículo. El problema es que los hombres ya no cogen con sus esposas. Entonces buscan salidas. Pero este no es un libro de debate feminista.

¿Qué causa esta inapetencia?
Para algunas mujeres puede ser el resultado del cambio en sus niveles hormonales. Por ejemplo, durante el ciclo menstrual estas fluctuaciones pueden causar hinchazón, cansancio y dolores, lo que a buen seguro repercute en el interés por el sexo. Además, a medida que ellas envejecen sus niveles de testosterona (aunque solemos asociarla con los hombres, ellas también la tienen, aunque en cantidades menores) disminuyen y el deseo sexual le acompaña en el declive.

Entonces el sexo es algo relacionado con el apetito. Como la panza con la comida. El sexo, según este periodista, está relacionado con los problemas de la edad. Pero no con los problemas del ser, del capital, ni de la pobreza. No. Tiene que ver con las hormonas, ya nos dijeron. Tal y como nos dicen que somos monógamos, que somos familias nucleares felices y que así producimos mejor. Como nos dicen que, pasado el tiempo, ya no servimos. Ni como hombre ni como mujer. Una máquina que da de comer, una máquina que da sexo, una máquina que satisface las necesidades de los demás. Una máquina que cuando se avejenta, se abandona. Así. Claro. Sin tabúes. /

Coger es sano. Obsesionarse con ello no. Está el problema, como cuando era adolescente, de pensar que un cuerpo flaco y bien vestido es más erótico que un cuerpo feliz y en calma. Eso pasaba en las fiestas, mientras mis amigas se pasaban horas en el baño intentando arreglarse un vestido, en la pista de baile alguien más ya había enganchado al objeto de deseo. Es decir, por andar pensando en cómo gustar, habían dejado de gustar. Eso es el misterio de la obsesión. Mi amigo Sasha, en España, decía: Ok. You are obsessed with him, is not going to work. Y aunque intentaba por todos los medios no pensar en eso, tenía puta razón. Pinche Sasha, siempre tenía razón.

Recuerdo un viaje a las montañas de Francia. Él no podía coger. Yo tampoco. Recuerdo nuestros días escribiendo y caminando. Recuerdo nuestros cuerpos abrazados y dormidos en la misma cama. Recuerdo el calor. Recuerdo que con él compartí siempre de esa manera. El estar. El mirarnos. El hablar. El reír. Recuerdo que él se fue de su país. Yo del mío. Que años después nos volvimos a encontrar. Él con una hija. Yo con un marido. Recuerdo el café que tomamos. Los ojos del mismo color. Las fotografías que me mandó de aquel viaje. El placer de mirarnos de cerca. El placer de caminar por la fábrica de maple. El mapa de la ciudad de México que me mandó meses después de que yo regresé. Recuerdo su deseo. Recuerdo el mío. Recuerdo que eso es más complejo que cogidas que no recuerdo, ni la cara, ni el nombre, ni el lugar. Recuerdo que después de encontrarlo en París, salí huyendo a buscar que alguien me penetrara como nunca antes. Esperé mucho tiempo a que eso pasara. Y cuando pasó, recuerdo que fue en otras montañas, las de Chiapas, donde después él se lavaba y se iba. Yo me quedaba sola, cogida, sin abrazos y llena de nostalgia.
Yo no puedo hablar de lo que sienten los hombres a la hora de coger. No puedo entrar en sus deseos y sus frustraciones. Solo puedo narrar desde afuera, como narradora omnisciente en mis cuentos, lo que ellos hacen con eso que sienten. Pero no lo que ellos sienten. No puedo salir de mi propia experiencia. Lo que sí puedo hacer es leer a otros.

Él me muerde, no estoy consciente, solo quiero desaparecer entre las sábanas. Él me vuelve a morder, hago algo para que deje de hacerlo. Pero no lo logro. No sé dónde estoy. No sé quién es él. Solo sé que es mexicano, que yo soy extranjera. Que estoy sola. Que he salido de nuevo hacia un bar sin saber dónde voy a dormir esa noche, pero determinada a no llegar de vuelta sola a casa. Tal vez fue en Chueca, de nuevo; tal vez fueron las ganas de ser destrozada que me llevaron a ese bar para leer poesía erótica. Mala. Pero caliente. Quizás esa forma de querer ser escuchada sea solo a través de las palabras. Como ayer, ahora. Él me sigue mordiendo. Me duele. Y me va a doler después toda la vida. El recuerdo de esa pequeña tortura sin sentido donde se mezclan el pene, la felación y la penetración, es quizás algo que uno espera como castigo. También existe la mala suerte. Como cuando el mismo señor que me escuchó en aquel bar decidió bajarme el calzón entre gente que bailaba y después llevarme a su casa y encerrarme hasta que me masturbara en su sala de estar y pudiera grabarme. No sé si la iba a vender, no sé si yo iba a salir de ahí sin pensar en mi padre muerto y mi madre llorando. Lo que sí supe después es que la inteligencia y la sangre fría, la sangre fría logró que mi cerebro trabajara bien para poder salir de ahí. Entonces la violencia no es calentura. Pero la violencia se mezcla desde lo sexual. Confundir ambas es un problema. Para las mujeres y para los hombres. No es morder lo que nos va a llevar a vivir mejor. Tampoco ponernos pinzas en las tetas o los muslos, como este fotógrafo que, según él, disfrutaba de eso. Ahora pienso que no tiene nada que ver. Ha habido chamanes que han querido encontrarme el camino. Lo que quiere decir, iniciarme. ¿En qué? Pensaba yo, no hay nada que iniciar. Cuando caminaba por Oaxaca, yo solo quería estar sola. Leer. Mirar. Respirar. No quería ninguna iniciación de nada. Entonces, claro que no me convertí en bruja, ni nada de eso. Aunque sí prendí velas por muchos años, y también sentí que me ahogaban sombras. Pero la calentura y la locura se juntan.

Y cuando hablo de calentura hablo de fiebre, hablo de querer sudar, hablo de que los humores salen, los vapores anidan, los dedos tocan mi clítoris, lo rozan, explota en fluidos, en líquidos, en besos que muerden, en violencia del cuerpo hecho éxtasis. La delicia de los cuerpos y los sudores, y los olores. La cocina y la cama como dos espacios para disfrutar de lo inmediato. Porque el sexo logra parar el tiempo. Hace que todo lo que allá fuera sucede no importe. Que el trabajo espere. Que la familia desaparezca. Que los amigos y todos los demás puedan entrar al cuarto donde estamos y nos miren desnudos en la cama, nos miren riendo, comiendo zanahorias, y no nos importe que caminen al lado de nuestros cuerpos devastados y extasiados. Que no nos importe si un guardia nos descubre mientras cogemos en una hacienda abandonada, o en una fiesta con decenas de personas bien vestidas y con dinero. Porque lo que importa, en todo caso, es solo sentir las manos sobre las tetas, las manos debajo de la falda, los calzones que caen, los dedos que penetran, que rozan los pezones, que quitan un sostén y que dejan que las palabras cierren la boca y saquen la lengua. Esa lengua que deja por un momento de emanar lenguajes codificados donde el nombre ni siquiera existe. Cuántos hombres con los que he compartido la cama que ni su nombre recuerdo.

Sentir calor en el cuerpo y seducirlo es como salir a luchar una batalla en la que seguramente una va a perder. Darme cuenta de que yo podía seducir más que ser seducida, me provocó una revolución interna. Porque entonces no tenía que pegarles a los niños que me gustaban (si yo era como ese niño al que le dicen: no les pegues a las niñas porque no se debe), tuve que aprender a convertir mi violencia en seducción. La feminidad se apoderó de mí. Quería comprarme los mejores vestidos para las fiestas de quince años, quise maquillarme bien, quise bailar como nadie. Con el tiempo eso provocó la envidia de muchas amigas cercanas. Yo no quería quedarme tampoco sin amigas, pero lo cierto era que había encontrado el modo de bailar y que me sacaran a bailar. De platicar y de hacerme amiga de algunos muchachos a los que mis amigas, más tímidas que yo, habían querido acercarse por meses, pero no lo lograban. Yo no entendía que mi forma de ser las lastimaba, sino hasta mucho tiempo después. Mi egoísmo tenía que ver con la búsqueda de formas de acercarme a los hombres. De crear una relación de amistad y conversación que con el tiempo se volvió más estable que el hecho de salir con alguien y besarme.

Pasé de ser una preadolescente violenta a una adolescente con muchos amigos hombres. Encontraba que salir a jugar hockey sobre césped o charlar en cafés de política era mucho más divertido que verse en un espejo la supuesta gordura que cualquier adolescente piensa que tiene. Exploraba la sensualidad a través de la palabra y las cartas. Escribí en esa época muchos cuadernos contando mis aventuras con mis amigos. Con el tiempo me iba enamorando de algunos, pero el cambio inestable de gustos era la variable más estable de todas. Si reviso los diarios de esa época, me gustaba un muchacho diferente cada dos o tres semanas. Mucho dependía de si yo sentía que ese muchacho no gustaba de mí.

Mi padre seguía enfermo en casa y no tenía muchas posibilidades de tener un espacio de intimidad con nadie. En mi casa no se podía porque, además, éramos cuatro hermanos y siempre había gente. Mi papá pasaba los días y la tardes mirando por la ventana a los colibríes y yo entonces buscaba en la casa de mis amigos, o el club, para poder establecer lazos. Pero todos estos eran espacios públicos. Nunca en mi adolescencia pude estar en el cuarto de algún muchacho. Lo más cercano a la intimidad fueron los coches. /

Y claro que corría cuatro o cinco kilómetros diarios, y claro que hacía danza, y claro que me emborrachaba todos los fines de semana, sí, desde los catorce años, y nadie me dijo nunca nada porque en México tomar es normal, y salir a fiestas también, y no estar bien de la cabeza y creer en los milagros, obviamente, es normal.

Una vez casi nos lleva la policía porque estábamos besándonos en la vía pública. Así que también me ponía nerviosa cuando teníamos que hacer eso. Mi papá, con todo y su enfermedad, controlaba todos mis movimientos: con quién salía, a qué hora llegaba, a dónde iba y con quién iba a estar. Tenía libertad, pero nunca la que yo necesitaba para explorar mi sexualidad. /

A esto es lo que llaman autoficción, porque sinceramente no sé si esto que estoy escribiendo y recuerdo sea verdad. Mucho de todo esto está hilado de forma narrativa, ahora, pero la verdad no sé bien si así fue o si simplemente yo era tan religiosa que no me iba a la cama con los muchachos que me gustaban.

Entonces, bajo este esquema muy reglamentado también salían las obsesiones. Por mi cuerpo, por el cuerpo de los demás, por la apariencia y el gusto. No sabía lo que era un orgasmo, ni lo que era tener relaciones sexuales. Había visto un poco de pornografía en casa de una amiga que sí que estaba muy sola, pero fuera de eso no había podido enterarme, por alguna amiga cercana o mi hermana mayor, cómo era vivir una sexualidad abierta.

Mi comportamiento siempre era rebelde para el sistema católico en el que vivía. La directora de la escuela me llamaba cada semana para decirme que había roto alguna regla, otra vez. Me reprendían, me amenazaban y me ponían cero en conducta. Pero yo lo único que quería era siempre irme. Irme de fiesta. Irme de la escuela. Viajar. No lo podía hacer más que a casas de amigas cercanas a la ciudad. Pero de ahí no pasaba. Yo quería viajar sola. Quería estar en la cama con un hombre. Quería saber quién era yo por dentro. El sistema católico y familiar me lo impedía. Las peleas con mis padres y hermanos no cesaban. Era insoportable la situación. Los tíos seguían cada vez más enfermos. Mi abuela cada vez más restrictiva. Los afectos cada vez más violentos. Los sentimientos se me desbordaban. Lloraba. Rompía cosas. Quería salir. Pero no sabía a dónde. /

O decir que simplemente tengo muy mal humor. Por supuesto.

De ahí vino otra enfermedad. La bulimia.

De ahí vino otra enfermedad. La locura.

De ahí vino otra enfermedad. La drogadicción.

De ahí vino otra enfermedad. El alcoholismo.

De ahí vino otra enfermedad. La soledad.

De ahí vino otra enfermedad. La lectura.

De ahí vino otra enfermedad. El sexo.

De ahí vino otra enfermedad. El pensamiento.

De ahí vino otra enfermedad. La escritura.

De ahí vino otra enfermedad. El vacío.

De ahí vino otra enfermedad. El dibujo.

De ahí vino otra enfermedad. El baile. La danza.

De ahí vino otra enfermedad. El viajar sin rumbo.

De ahí vino otra enfermedad. El amor.

De ahí vino otra enfermedad. El pánico.

De ahí vino otra enfermedad. La ruptura.

De ahí vino otra enfermedad. Las sombras.

De ahí vino otra enfermedad. El teatro.

De ahí vino otra enfermedad. El desgano.

De ahí vino otra enfermedad. La intolerancia.

De ahí vino otra enfermedad. El control.

De ahí vino otra enfermedad. La nostalgia.

La memoria

El suspiro.

El tiempo.

La claridad.

La necesidad.

La testarudez

El nihilismo.

El cambio.

De ahí vino una cura. La cotidianidad. Él.

De ahí vino otra cura. Mi hija, la alegría.

Yo no sé si es cierto que los hijos curan. Lo que es cierto es que, justamente cuando me acuerdo de mi hija, simplemente lloro. Las lágrimas están relacionadas con mi hija, como el dolor del parto que casi me mata. Llorar se ha vuelto parte de la memoria que tengo de ella en el presente. No importa si está en la guardería o está al lado mío. En algunos momentos, el recuerdo de su sonrisa o sus palabras me hacen llorar. No sé bien qué emoción o sentimiento tengo por ella. Podría pensarse en amor o pasión o nostalgia. Es un sentimiento que nunca había experimentado, es como un amor profundo con el que puedo jugar. El amor siempre fue para mí algo relacionado con la violencia, con el querer cambiar, con el viajar, con el conocer, pero pocas veces encontraba en mis parejas la forma de jugar el amor. Cuando jugábamos al amor, siempre acabábamos peleando. En cambio, este amor ha hecho que todo se vuelva un juego. Que pueda yo amar sin ser rechazada, que pueda yo amar sin límites de nada. Quizá con el paso del tiempo tenga que moderar este desborde apasionado que siento por ella, porque se dará cuenta que su mamá la adora como diosa eterna, y le dará vergüenza. Pero mientras es bebé y no entiende muy bien todavía de amor y vergüenza, puedo darle tantos besos como quiero, jugamos a perseguirnos por el piso sin que nadie nos diga nada. Es como tener la libertad absoluta por primera vez, de ser completamente abierta con mis emociones, pero con el pretexto de que hay una bebé a la que puedo apapachar hasta el infinito.

La belleza de este amor es erótica, es corporal, es humana, es cansada, es infinita.

La belleza de este amor es irrepetible, es innombrable, es absoluta.

La belleza de este amor tiene ojos grandes, cafés y brillantes.

La belleza es ella y yo en un abrazo lleno de eternidad.

El amor con los hijos es cursi. Ni modo. Acá otra cosa. Tome un descanso. Aunque se repite. La idea es ir hacia orillas y cruzarlas todas a ver qué pasa.

El humor sexual pasa y vuelve, a veces, como remolino. El humor sexual se vuelve violento, muchas veces, pero también se vuelve lágrimas. Nuestro sexo es como una máquina que puede controlarlo todo cuando la pulsión es extrema, pero también puede matar una parte de nuestro ser. Sin pasión la vida se vuelve un mar de problemas. Se vuelve una carga que parece no terminar. Cuando Camus escribió El Mito de Sísifo, seguro que su sexo estaba apagado. La guerra acaba con la pasión, acaba con las ganas, acaba con los sueños. El sueño, las camas y el sexo son una imagen natural. Si no dormimos, no podemos tampoco soñar y si no soñamos, no deseamos. Haz que un hombre o mujer trabajen sin parar por doce horas diarias, haz que estos individuos lleguen a casa hambrientos y cansados. Haz que tengan que cocinar y cuidar a los hijos. Que sea media noche. Que tengan que despertase a las cinco de la mañana para volver al trabajo. Haz que sus peleas sean repetitivas y estresantes. Que la inestabilidad de su trabajo sea una variable fija. Haz que estos individuos no tengan intimidad porque ni tienen tiempo para sí mismos. Tendrás máquinas vacías, sin deseos, ni ganas de hacer nada, por más que las revistas hablen de hormonas. Para poder sentir se necesita tiempo para sentir, para poder pensar se necesita tener libertad en las horas y los espacios para poder hacerlo. Luchar por estos espacios es un camino de vida. Pero aun así, la escritura a veces viene de una frustración por no tener la vida que uno desearía, como en el paraíso, como Adán y Eva. Aunque lo cierto es que hasta que los expulsaron tuvieron mucho sexo e hijos. En el paraíso todo era tan perfecto que hasta Dios sacó a Eva de una costilla. No había necesidad de copular entre Dios y Adán, ni nada por el estilo.

Así que ni Adán ni Sísifo tenían la necesidad de coger con nadie. Uno por ser el preferido de Dios y otro por subir la piedra por la montaña, eternamente. Por alguna razón los grandes héroes no se dejan llevar por el canto de las sirenas. Mantienen el estoicismo que devino después en una forma de vivir y pensar entre los pobladores europeos. Luego la religión logró nuevos vuelos, ya sabemos todo lo que inventó y obligó.
Hablar de los propios fluidos vaginales no es tema de moda. Ni tema tampoco que, al final, le importe a alguien. Quizás es solo para crear una memoria del cuerpo. Como las memorias de mi abuela, que escribió para luego abandonarlas. Quizá sea solo una forma de pasar el tiempo. Pensarnos al escribirnos. Un acto de conexión con uno mismo. Como el sexo. Que es también eso. Descubrir cómo se eriza la piel con el contacto de los dedos. Los besos amorosos de mi esposo. Su mirada. Mi estar. Su respirar. Su dormir. Su preocuparse. Su hablar. Su repetir. Su deseo. Su furia. Su canto. Su música. /

Que se agote, que te agote, que me agote. Que se lea como una revista de investigación: por pedazos, saltando hojas, con una lectura rápida o para tomar una parte y hacer otra cosa con eso.

En cuanto pienso sobre el sudor, pienso en dos cosas: el sudor de mi madre y el sudor que produce el deporte. Sudar es saludable, dicen. Sudar sería el signo del esfuerzo físico, pero también del trabajo. Mientras que las lágrimas y los fluidos sexuales son algo negativo, la sangre es más vital y el sudor es como el lúcido de todos los fluidos. Que salga es lo mejor. Que nos empapemos de sudor habla sobre los saludable de nuestros cuerpos.

Así me enseñaron en mi casa. Si no había libros ni platicas filosóficas, sí había televisión para ver deportes, y yo desde los tres años fui al Club a hacer gimnasia olímpica. Entrenarse es vivir. Despertarse por las mañanas, casi de madrugada, para salir a correr al Bosque de Tlalpan es salud mental. Eso me enseñaron. Eso hace mi familia de doctores y enfermos. Hacen deporte. Todos. Cada uno de ellos. Mi abuelo nadó hasta los 88 años. Mis tíos fueron campeones de frontenis, mi madre es campeona de tenis de veteranos nacional igual que mi tío, doctor. Pero otros tíos no lo fueron tanto y también están más enfermos. O murieron ya de esclerosis múltiple, o están en sillas de ruedas, o están viejos, o son religiosos, o simplemente prefieren la mecánica a la corredera.

La familia, entonces, se divide entre los que hacen ejercicio, que son más coherentes, no tienen enfermedades mentales, supuestamente; y los que son flojos. Pero de flojo a flojo, el primo más malo para el deporte ahora es capaz de mantener en órbita los satélites que ayudan a que los países primermundistas nos controlen mejor, entre otras funciones positivas para el capital. Igual a él le gusta el baile y el acroyoga.

Mi madre y mi padre se conocieron en una corrida de toros, se dice, y lo que los unió siempre fue que iban al club a jugar tenis. Mientras mi madre, competitiva como ella sola, no era capaz a veces ni de dejar ganar a su propia hija, yo me peleaba con mi hermana más joven porque era mejor que yo; mi papá tomaba cubas, siempre demás, mientras perdía. Mi padre era un fracasado, mi madre era una campeona, desde este y otros puntos de vista. Y siempre fue así. Mi padre, cuando enfermó, dejó de ir al club a jugar tenis. Sus amigos comenzaron a abandonarlo porque estaba enfermo, mientras mis fines de semana se volvieron rutinarios y solitarios. Pero yo seguí yendo a gimnasia, obsesionada por el cuerpo, por mi culo y por mis brazos, de forma absurda, mientras desarrollaba la nueva enfermedad que me iba a acompañar unos cuantos años, que se trataba de hacer mucho ejercicio, comer mucho chocolate y papás fritas para después vomitarlas, mientras me rascaba los brazos con frenesí.

Durante muchos años corrí sin parar, kilómetros enteros entre el Bosque de Tlalpan y la casa de la familia gringa con la que viví en el bosque de New Hampshire. La obsesión es algo que comparto con muchos miembros de mi familia. Este libro es parte de eso. En la búsqueda de perfección una puede quedar abatida o crear una obra de arte. La obsesión también genera amor, vértigo, cambio. Sin obsesión no hay deporte: ¿a quién le interesa correr cuarenta kilómetros y trabajar para lograrlo? ¿A quién le interesa escribir sin parar por meses un texto autorreferencial intentando crear un objeto estético? ¿A quién le importa entrever alguna resolución sobre la verdad del sufrimiento humano, la enfermedad y las letras?

El sudor viene cuando hay un esfuerzo o un miedo. Sudamos frío. También. Estamos alerta. Estar alerta es estar despierto, listo para enfrentarlo todo, es estar vivo, pero también generar adrenalina. La obsesión, el deporte y la escritura tienen algo de eso. Comparten el vértigo de la velocidad. El sudor es la marca del ímpetu. La obsesión nos lleva a la excelencia, a la locura y a la muerte. Pero nadie puede imaginar que la Capilla Sixtina se haya hecho sin obsesión o el trabajo de algunos artistas barrocos se haya realizado en la comodidad de la existencia pura. Sor Juana Inés de la Cruz escribió páginas y páginas de odas, obras, canciones, cartas; sin obsesión no hay mejoría de ninguna técnica. Pero la obsesión también produce una de las peores enfermedades mentales que yo haya conocido en mi entorno familiar.

Oler es como sentir el rastro del linaje.

Cuando pienso en sudor se me revuelve la panza, porque se me viene encima la historia, y parece que entonces el sudor en el inconsciente es el rastro más antiguo y menos intervenido. Cuando pienso en el sudor mi cabeza se va hacia las infinitas cuevas, barcos, terrenos, casas, camas de los que estuvieron antes de mí, donde lloraban sus infortunios, sus soledades y sus preocupaciones. Correr, sudar, quizá sea la única forma que mi familia ha encontrado para olvidar, para vivir, para sentir. En ese esfuerzo irracional por controlar el propio cuerpo, por controlar los movimientos para poder saltar más alto, ser más fuerte y más rápido está, quizá, su libertad. Para aprender a meterla en el aro, para saber saltar ahora un metro más de distancia, para poder no caer de la viga o poder hacer ejercicios en barras paralelas, uno suda sin parar.

Que el olvidarme de todo en ese esfuerzo de abrir las piernas cada vez más, o llegar a tocar con mi pubis el piso con un split, o hacer doble mortal sea la proeza más grande jamás hecha por una heroína, aunque haya nacido en Copilco y no en alguna isla griega.

Que mi lucha no sea épica, ni trágica, sino cotidiana. Que lo imposible sea posible gracias al sudor que se pega en la ropa a la hora de subir la montaña corriendo. Que la mente se despeje y pueda sentir el viento en el cuerpo y el frío del invierno que se acerca.

Que pueda sentir los músculos de mi cuerpo chocando con el agua fría mientras nado cincuenta metros más.


Los deportes solitarios son los que más disfruto porque son en los que más puedo sentir mi cuerpo y el ambiente. Donde mis pensamientos van solos sin que los quiera retener, donde la meditación se vuelve un acto orgánico y donde, entonces, puedo saber que el tiempo es solo una forma de medir la existencia, pero que no es tan real como dice un reloj o la próxima cita.

Quizá algo de la salud está en el sudor, sin duda. Aunque orgánicamente me da asco pensar en el sudor porque recuerdo los olores de mi familia: ese olor a medicina, a viejo y a muerto; también me recuerdan esa libertad que da el control del propio cuerpo y el esfuerzo en el gasto (dirían los teóricos contemporáneos).

La historia de mi vértebra
Había una vez una muchacha a la que le gustaba mucho ir a patinar a Ciudad Universitaria. Desde pequeña había aprendido a andar a toda velocidad por las calles y los parques, con sus patines en línea. En los frontenis del club al que iba, ella imaginaba ser la mejor patinadora del mundo. Cuando creció, su padre murió. Fue cuando ella decidió no quitarse la vida, pero sí irse a vivir sola. Decidió una nueva costumbre. Iría todos los fines de semana a la universidad donde sus padres no dejaron que estudiara, por miedo a que se volviera muy política, a patinar. Se sentaría en las columnas de piedra construidas en la zona volcánica del lugar a mirar lo que todavía era un paisaje limpio de edificios. En ese lugar, ella construiría sus primeros poemas y cuentos. Era joven y deseosa.

Ese fin de semana tomó sus patines. Salió en su Caribe viejo, herencia de su abuelo, para ir a patinar a la UNAM. Pero ¡oh, sorpresa!, habían construido un tope de cemento tan grande que ella no se había dado cuenta de nada. Cuando tomó velocidad para la gran bajada que daba frente a la Facultad de Ciencias Políticas, ahí frente a la facultad a la que ella no pudo entrar, lo vio frente a sus ojos. Ya era tarde para frenar. Con un padre muerto y un novio que le había roto el corazón, la muchacha vio su futuro. Era tan grande ese tope que no podía saltarlo. La velocidad tomada ya por la bajada y el peso del cuerpo hacían que avanzara hacia el tope a más de cincuenta kilómetros por hora. Pensó una segunda opción: aventarse al camellón, pero había muchas piedras, lo más probable es que se rompiera alguna pierna o se abriera la cabeza. El tope estaba ya cerca, si intentaba frenar se iría de cara, así que intentó pasarlo. Pasó por encima de él con toda la fuerza que podía tener, pero sus rodillas se pusieron tensas y el tope, entonces, fungió de rampa y trampa. Los patines pegados a sus pies tocaron el otro lado del tope, de nuevo sobre el pavimento su cuerpo estaba erguido, parecía que lo había logrado, pero los patines con el vuelo y lo alto del salto se fueron para adelante: ella cayó con el coxis directo al suelo, que después recibió a su espalda, su cabeza y sus piernas. El golpe había sido tan fuerte que quedó tirada con la cara sobre el pavimento y la mente que intentaba oponerse a la realidad. Intentó pararse, pero unos muchachos que venían en bicicleta del otro lado la acostaron en el pasto, le pidieron que no se moviera y llamaron a una ambulancia.

La madre llegó a Urgencias, el doctor que la recibió le hizo radiografías. A partir de ese momento y con solo 21 años de vida tenía el destino marcado: fisura de coxis y sacro, desgarre de toda la espalda, estiramiento de columna vertebral, hernia de disco en la C5, tres meses de fisioterapia, cama total, sin movimiento por más de tres semanas. Dolor reumático para toda la vida. “Pudo haber sido peor, un poco más fuerte y queda usted parapléjica”, dijo el doctor, como alentando a la joven a sentirse privilegiada del dolor crónico que sentiría desde ese momento.

No volvería a patinar, ni a correr los muchos kilómetros que corría en su juventud. Su obsesión tendría que encontrar nuevos albores, nuevos retos. Tendría que dejar las clases de danza contemporánea que tanto le gustaban y encontraría en su diario y la pintura un nuevo refugio. ¿Qué haría ahora, sola, con una espalda que no funcionaría nunca más de la misma manera? Era muy joven. Encontraría la respuesta.

Con el tiempo el dolor se volvió más fuerte, al grado de tenerla a los 28 años casi doblada e imposibilitada para trabajar. Pero el cuerpo es sabio, dicen, y con el tiempo encontró la forma de seguir, ya no a través del cuerpo, sino de la mente. Su mente se volvió potente y la escritura su oficio. El cuerpo siguió doliendo cada día y cada noche. Se dio cuenta de que, de alguna manera, copiaba las enfermedades de su familia. Quiso deshacerse del hechizo, algunos años lo logró, otros no. El dolor volvía, las lágrimas volvían, el sufrimiento se hacía grito, movimiento, añoranza, enojo, frustración.

Cuando llegó a escribir sobre el sudor, se dio cuenta que toda la idea de salud inculcada desde pequeña por sus padres no podía ser real porque ella ya no podía correr, ni bailar, ni brincar, ni colgarse. Cada vez que lo intentaba sentía un pinchazo en el cuello o en las lumbares. Todo eso le recordaba cada vez más la sensación de pequeñez, de sinsentido y de ser solo un cuerpo que espera que pase el tiempo sin mucho más que poder pensar y sentir.

Pero de alguna manera también se curó. Se curó de las expectativas de la familia. Se curó de tener que hacer ejercicio y poder ser nada. Se curó de tener que encontrar a alguien para casarse mientras van juntos a jugar tenis. Se curó de tener que ser la mejor. Se curó de tener que competir. Se curó, también, de tener que esculpir un cuerpo. Se curó y la cama fue su refugió para ser floja. Para poder quedarse mirando las ventanas o los árboles. Escribió un cuento, el segundo después de El espejo, que se llama Una mañana de raíces, donde una niña deja las alas para convertirse en un árbol. Asentado, enraizado y sin tanto movimiento.

Como no podía seguir patinando se puso a leer, tantos libros como pudo. Se puso a viajar. Y de ahí, el destino fue otro. Como tenía que serlo después de la muerte de su padre, de la enfermedad de la mitad de su familia. Después de que aquel hombre le rompió el corazón aunque le había enseñado a vivir con poesía.

El sudor es producido generalmente como un medio de refrigeración corporal conocido como transpiración y médicamente como diaforesis, cuando es excesiva. El sudor también puede ser causado por una respuesta física a la estimulación y el miedo, ya que estos estímulos aumentan la excitación que el sistema nervioso simpático ejerce sobre las glándulas sudoríparas.
Fuente: Wikipedia.

Lo que llama la atención de esta entrada es que después solo hablan de las enfermedades que produce el sudor. Que si se suda mucho, que si huele mal, que si hay que evitarlo. Existen aerosoles que producen un olor más dulzón que el sudor, además de que también está relacionado con la presencia fresca y limpia del cuerpo en un ámbito social, de trabajo o hasta en el transporte público.

Entonces, según la cultura actual, el sudor es algo que debe evitarse. Igual que la sangre de la menstruación o las lágrimas. Por otra parte, el semen y los fluidos vaginales deben mantenerse en la intimidad y sin mucho olor. Todos estos líquidos son penetrantes al olfato y también manchan la ropa. Algo que los detergentes intentan lavar, limpiar, cubrir, destruir. Hay que destruir los excesos, las palabras y todo lo que se relacione con el sudor… opinan los que fabrican productos para vender cosas innecesarias.

Las culturas tienen diferentes olores de sudor. Cuando vivía en Italia me pareció que el sudor tenía olor a cebolla y a ajo. En Argentina el sudor es amargo y en México el sudor compartido en el transporte público se relaciona con la fritanga. El sudor mexicano huele a aceite.

El sudor es identidad. Es lo que comemos y somos. El sudor también es lo que otros huelen de nosotros. Eso y el aliento de lo que comemos. Entonces, el sudor nos representa como ningún otro fluido. Se dice que somos lo que comemos. Nos atrae o desagrada una persona a partir de su sudor.

Enfermo es no sentir dolor

Enfermo es aquel que no es capaz de simpatizar ni odiar

Enferma es esa señora que manipula y hiere

Enferma es esa otra señora que, con ataques de pánico y todo, es capaz de lastimar a una joven solo por ser eso, por joven.

Enfermo aquel que cree que es mejor estar solo porque está en un lugar mejor.

Enferma es aquella niña que queda dentro de un juego y no deja jugar.

Enferma es la relación de una madre con su hijo psicótico.

Enferma es la relación de muchos con el dinero.

Enfermo es el mundo que construye consumo.

Enfermo es el texto que no tiene emoción.

Enferma es la salud cuando es obsesiva.

Enferma es la escritura o el arte cuando quiere siempre mostrarse fuerte.

Enfermo es el sistema que no permite la vulnerabilidad.

Yo de enferma tengo lo mismo que el mundo de noche.

Yo de enferma tengo lo mismo que el sol de radiación.

Porque el mundo necesita sentir más.

Porque yo estaré enferma de utopía y de ideales

Y de capitalismo y de búsqueda de reconocimiento,

Pero soy parte de este mundo que me ha construido

así, y enfermos todos los que no pueden ver su

debilidad, su imperfección en sus religiones, sus valores

Sus familias.

Pero yo no tengo la autoestima de los artistas del primer mundo,

Para poder criticar sin sentirme mal, menos, mala, sucia.

Porque la diferencia entre un asesino y un enfermo es que el

Enfermo, para no hacer daño a los demás, se culpa a sí mismo.

Enfermo el que no ha encontrado la iluminación,

Ni las relaciones públicas suficientes

Para estar en el centro del mainstream.

Enfermo es quien se preocupa por el mainstream.

Enfermos los policías de control,

Enfermos los niños en las tablets,

Enfermos los impuestos y los trámites.

Enfermas las ciudades y las calles.

Enfermos todos y todas los que vivimos dentro de casas,

Unas apiladas arriba de otras.

Enfermos los que compramos ropa,

Y maquillaje, y jugamos a viajar, y a ser felices,

Aunque no lo seamos.

Enfermos y sufrientes,

Como pop stars.

Así todo,

Sudar es bueno.

En la escritura de este libro se me ha ido la vida, algunas horas y muchos días. Sé que no tiene mucho sentido escribir algo así. Lo hago porque quiero verlo en unas hojas bonitas con dibujos hechos por un amigo.

Quiero también conectar con mi cuerpo. En el transcurso de la escritura de este libro he enfermado y he ido a terapia y con doctores, he recordado a mi padre y mi madre, a mis hermanos y mis tíos y tías. He recordado a mi abuela y poco a mi abuelo. Nadie entiende muy bien cuáles son las pulsiones que nos llevan a escribir. A mí me llevan los sentidos, la furia y las hormonas. Pero también la nostalgia.

Cuando vivía en New Hampshire era parte del equipo de cross country, el frío se hacía sentir. En el norte de Estados Unidos, en septiembre, ya hacía frío y era la temporada para cruzar montañas, ríos y correr al lado de las vías del tren. Recuerdo muy bien un domingo, sola, extrañando la casa, que salí a correr hacia la nada. Corrí sin parar por más de quince kilómetros, fue lo que más corrí de un jalón en mi vida; recuerdo que corrí por más de una hora sin parar. El aliento se congelaba en una sudadera especial para el invierno que me había prestado la familia con la que vivía. Corría y miraba los árboles, sentía los huesos de mi cuerpo, el sudor dentro de la ropa y la sensación de que en ese éxtasis de no poder parar había algo de muerte. El deporte a veces puede ser tan obsesivo como el sexo o la pulsión de muerte y exceso. El deporte para mí era transgresor, en un sentido, y liberador, en otro. Fue por mucho tiempo el único espacio donde podía experimentar con mi cuerpo, después vino la danza y el teatro y el caminar. Pero cuando corría frente a esos lagos y sentía también el dolor de las piernas, había algo de entender la existencia. Como si necesitáramos gastarnos; así ahora lo hago con las palabras. Gasto mi tiempo, mi vida, mis sentimientos y mi imaginación, que por alguna razón explota a la hora de pensar sobre el sudor. El sudor me recuerda a mí gastándome, pasando la vida, yendo de un lugar a otro. Y por alguna razón me lleva al norte del continente, donde he pasado algunas temporadas de mi vida. Me hace recordar también la espera. Yo sudo cuando espero. He esperado a muchos hombres en mi vida. Cuando vienen de viaje a verme. Cuando tengo que encontrarlos en los aeropuertos, cuando tengo que esperar que me llamen o que me escriban. Cuando tengo que esperar a volver a llamarlos. Salir a buscarlos por toda la ciudad. La sensación de persecución pasiva. No poder, simplemente, estar. Cuando me ha gustado mucho alguien quiero atraparlo y meterlo en una jaula para que sea mío. Entiendo por qué los hombres pueden terminar matando a una mujer. Se piensa en la violencia, pero se piensa poco en el deseo, en el sudor de intentar atrapar a una presa. Se piensa poco en el intento de control y de satisfacer las propias frustraciones. Somos seres frustrados y frustrantes, imperfectos y vacíos, banales y corporales.

El mundo ha olvidado los cuerpos sudorosos de todos aquellos peones, campesinos, taxistas, mujeres que lavan ropa, que miran televisión, que sudan por la grasa del cuerpo que se les pega en las ropas anchas. El mundo se ha olvidado de mirar las gotas de sudor de un albañil, sucio y polvoroso que vuelve a casa sin que nadie lo abrace. Se nos olvida tocarnos. Se nos olvida besarnos. Pero se nos olvida también el desfogue que trae consigo el sexo, y el correr, el nadar o subir una montaña. Si recuerdo la sensación de correr, también recuerdo la sensación de escribir. Cartas, poemas y lenguajes inventados. Todo se repite. Yo me repito. No soy infinita. Soy concreta. Soy esto que pienso y mis memorias. Soy joven para escribir sobre mis memorias. Pero eso ha provocado pensar en el sudor. Por alguna razón he dejado de sudar para escribir. He dejado de sudar para pensar. Quizá escribo para recuperar esa adrenalina que siento ahora en mis sueños. Sueño con miles de hombres que conozco en la realidad y que en realidad no puedo acercarme a ellos. Sueño con hombres que admiro y que temo. Sueño con hombres que podrían hacerme daño en la realidad, pero que en mis sueños yo busco y seduzco. Sueño lo que no vivo. Escribo lo que recuerdo. El presente no existe. En mi presente hay solo personas confusas y obsesivas. En el presente solo hay personas poco talentosas y con mucho poder. En el presente hay palabras y música mientras sigo escribiendo páginas con temas sobre tragedia y sudor, porque la pulsión sería la de abrirles la garganta para ver cómo sangran. Cortar la lengua de quien me lastima, para ver cómo se queda sin habla. Porque como otros tantos, yo también siento la represión de las emociones y la locura de la obsesión de no poder decir y hablar. Este libro es un acto de habla. Necesario.

Una, dos, tres, cuatro. Él sobre mis caderas. Sus dedos en mi vagina. Su aliento y el sudor que cubre sus cabellos grises. Me avasalla y yo me dejo. La fantástica sensación de dejarse agarrar, de dejarse penetrar. De dejarse masturbar y de terminar en un orgasmo que crispa el cuerpo.

Uno, dos, tres veces le pego a la almohada y grito de dolor. No hay razón. Mi cerebro colapsa de tal forma que entro en pánico. No hay razón para el pánico. El corazón comienza a latir más rápido como si me estuviera persiguiendo un oso enorme. Yo grito dentro de la almohada.

Uno, dos, tres, miro a quien me mira. Siento la piel y sudo por pensar en la posible cercanía de ese cuerpo que no conozco. Esos ojos oscuros. Ese pelo que por lo bajo roza mi cuello. Su presencia detrás de mí me excita. No hago caso al cuerpo. Sigo. Hago. Me muevo. Sudo.

Si sudar es sentir y desear, si sudar es excederse en el ser, en el hacer, entonces que el sudor inunde el mundo y mi mundo por siempre.

La ciencia dice:
+ En promedio, una persona adulta suda diariamente cerca de 700 mililitros diarios, la mayor parte de las axilas y las palmas de los pies.
+ El sudor no tiene olor. En realidad, el mal olor que prototípicamente acompaña a este fluido se debe al contacto entre la humedad y la flora bacteriana de nuestro cuerpo.
+ A pesar de que has escuchado hasta el cansancio que cada gota de sudor que derramas en el gimnasio contiene algo de grasa, es imposible sudar lípidos. En realidad, se trata de agua combinada con elementos químicos como algunos metales y compuestos como sales minerales, urea y lactato, no de grasas.
+ El sudor carece de color. Gran parte de las manchas oscuras o amarillentas que suelen aparecer en las prendas con el paso del tiempo se deben esencialmente a la reacción de este fluido con desodorantes y las bacterias de la piel.
+ La transpiración emocional se debe específicamente a una exposición asociada con el miedo, la ansiedad, el estrés, la vergüenza u otros estados de alerta e incomodidad. Esta ocurre principalmente en las manos, la frente y las plantas de los pies.
+ A pesar de la creencia popular de que el sudor contiene pequeñas sustancias conocidas como feromonas, capaces de influir en el comportamiento de otras personas (como la atracción sexual recíproca o el miedo), la realidad es que aún no es posible detectar la primera feromona humana, no así de los animales, de las cuales algunas son bien conocidas.
+ El trastorno de sudar de forma excesiva es conocido como hiperhidrosis y se cree que afecta a poco más del 3% de la población mundial.
+ Los sudores nocturnos son aquellos incontrolables que ocurren durante la madrugada, cuando la persona que los sufre debe cambiar su ropa una o varias veces después de que despierta y está completamente mojada. Se trata de un síntoma clínico que puede dar cuenta de enfermedades u otros trastornos. Las causas más comunes son menopausia o la ingesta de algún antipirético u otro medicamento; sin embargo, otras más graves ameritan una visita al médico de cabecera.
+ https://culturacolectiva.com/tecnologia/datos-curiosos-sobre-el-sudor-que-no-conocias/

Las gotas se convierten en elixir. El viento en la cara. Usar el cuerpo para algo. Y de pronto llega la salud. Llega la vitalidad. Llegan las risas. Llegan las ganas de vivir. Llegan las ganas de liberarse. No es un viaje planeado ni una escritura adecuada. Simplemente es. Como los días y las noches de insomnio, como el dolor de la experiencia, como el abismo que se abre siempre ante nosotros cuando decidimos correr sin mirar hacia adelante.

La valentía tiene que ver con el sudor. Los guerreros se esfuerzan. Los guerreros corren, viajan y se baten en lucha con dragones y extraterrestres. El sudor está relacionado con la vida, con el movimiento y con el esfuerzo. Es un líquido que parece volvernos grandes, enfrentarnos al mundo. Hay un sudor frío que representa al miedo y al pánico, aunque el sudor siempre se refiere a lo cálido. Sudamos cuando hace calor. Sudamos cuando nos gusta alguien. Sudamos cuando sentimos, cuando vivimos. Es un líquido presente en nuestros días; a diferencia de otros fluidos, el sudor es cotidiano y tiene olor, casi identitario.

Sin darme cuenta he llegado a la parte lúcida de mi familia. La idea de que el ejercicio nos equilibra. Que sudar es bueno. Que esforzarse también lo es. Como este libro que, en un esfuerzo físico pero también emocional, está por terminarse. Y como el mismo sudor, parece que llegué al final, a la meta. No puedo correr un maratón, pero lo he hecho con palabras. No he escrito una historia pero este recorrido es parte de mi historia. Y la salud quizás esté en este esfuerzo. En la acción. En el sudar. Quizá la relación entre enfermedad y salud esté ahí, en el hacer. En el viaje. En el calor. En el abrazo. En la traslación de los deseos a las palabras, la poesía, la imaginación. Imaginar que bailo, y bailar. Imaginar que patino, y patinar. Imaginar que sano, y sanar. Imaginar que mis abuelos y mis abuelas se liberan del dolor. Imaginar que mi abuelo migrante no añora más. Imaginar que mi padre no se asfixia más, sino que juega de nuevo tenis y esta vez no se enoja. Imaginar que mi madre vuelve a sentir vitalidad y vuelve a disfrutar estar. Imaginar que mi hija crece hermosa y ríe y aprende miles de cosas y suda y juega por siempre. Soñar que mi pareja vuelve a meter todas las canastas de basquetbol que quiso meter. Soñar que mi tía vuelve a caminar y mi otra tía nunca cae en la esclerosis múltiple. Soñar que los enfermos de mi familia están por siempre sanos y que los que están sanos no tienen que cuidar a los que están enfermos. Soñar que la vida es el paraíso. Soñar que no hay más muertos y decapitados. Soñar que no hay más sufrimiento y muerte a mi alrededor. Soñar y vivir. Sobreponerse al dolor, dejar que la sangre siga latiendo dentro de los cuerpos para no derramarse más. Pensar que el compartir el cuerpo con el otro es éxtasis y no sublimación de la violencia. Imaginar que mi humor se equilibra y no tengo más un humor ácido. Imaginar un amor profundo. Creer que existe en el mundo y se puede compartir. Pensar, como ahora, mientras escribo este final, que por un momento, al menos mientras termina este párrafo, la vida es perfecta y bella y poética. Que podemos mirar un atardecer sin pensar en las fosas o que las fosas se llenan de flores y amor. Que toda podredumbre del mundo sea inspirada por la tierra y se convierta en alimento para nuevas plantas. Que seamos capaces de cambiar este estado de cosas por otras mejores, más sanas, menos violentas y dolidas. Que terminemos con este duelo. Que, como este libro, la tierra sude, los cuerpos suden, los dolores salgan, las palabras se expongan. Que podamos, como en una utopía, expiar el dolor y el sufrimiento, al menos como un deseo efímero, como lo que dura la lectura de este texto, como dura el abrazo o el beso. Perseguir esos momentos sin fin, por siempre.

Que encuentre una respuesta a la locura y a la enfermedad, aunque sea de forma poética o melodramática, con un poco de ironía y clown; reírse de la propia sencillez y torpeza de pensamiento, muy teatral, y por eso muy dramatúrgica.













Ni te cuento mejor de mis humores.

desgano

¿Cómo te en-gano?

dormí diez horas... mi humor es excelente.

El llanto no se come, aunque aveces uno lo intenta cuando ya no puede hablar, el nudo en la garganta es el ahogo de quienes tratan de comerse el llanto.

todo aveces me sale mal, quiero creer que no pero si, todo me sale mal. mal querer, mal volar, mal hacer, todo me sale mal. mal quiero estar porque todo me sale mal.

frustración

Ya veo sangre en todas partes.

Sientes como si fueras a morir, pero no te mueres.

Los buenos humores y los malos humores, a veces unos y a veces otros, como bandera al viento, pasando de frontera a frontera oscilando, como onda, a veces con una frecuencia mayor y a veces una menor.

Inserto mis humores

Inserta aquí tus humores...Sudar para mí es una manera de medir mi implicación en las cosas, si no sudo, estoy distante, fría, aquello que está enfrente no me toca el alma. Pero sudar está mal visto, es desagradable... llama la atención que una mujer pueda sudar tanto. Al coger, cuanto más enamorada y apasionada, más sudo. Si hay algo en mi ser que no haya controlado la represión... eso es mi sudor

El buen humor y el mal humor, entre uno y otro, a veces en uno y a veces en otro. Me considero algo colérico y algo melancólico, prefiero el buen humor.

El buen humor y el mal humor, entre uno y otro, a veces en uno y a veces en otro. Me considero algo colérico y algo melancólico, prefiero el buen humor.

Inserta aquí tus humores... prefiero insertar aquí mis humores que tenerlos dentro de mi cuerpo, ojalá pudiera dejar un trazo, algo de esos humores en estas letras, que a su vez son lenguaje binario, 1 y 0 que a su vez son energía, que a su vez son percusión de mis dedos en las teclas que a su vez son movimientos musculares, nervios, carne, que a su vez es electricidad, neuronas, que a su vez son energía, reacción química, que asu vez son ...

me revienta la puta idea de levantarme temprano, es extremadamente difícil ser un pinche huevón. me produce malestar 🤮 el producir y pertenecer al sistema de producción. yo preferiría estar dormido de por vida.

ya no quiero que me hablen

Ahora tengo humores móviles.

Inserta aquí tus humores...

Inserta aquí tus humores...

Contenerme es difícil y sacarlo de mí también. No hay un punto intermedio. Me cuestiono el porqué lo hago o por qué no lo hago. Nunca hay punto intermedio.

Inserta aquí tus hum..ores.

Es interesante que la sangre sea un lenguaje universal con una diversidad de significados, donde es complejo conocer la razón por la cual un sólo elemento pueda generarme una serie de sensaciones completamente distintas.

¿Qué será de mi cuando muera? ....un olor pestilente, putrefacción, gusanos que se coman mis vísceras, sangre, tan solo un pedazo de cuerpo que amó, soñó, abrazó y caminó por esta tierra dejando a penas unas pisadas en la arena, que las desdibuja el viento.

enfermo es el o ella que no trabaja y que esta al pendiente del trabajo de los demas

Todas las noches mi sudor me inunda completa y me hace tiritar

Inserta aquí tus humores...

Para qué el teatro?

mis humores tienen empatía con los otros humores... entonces me da ansiedad, me desespero... tantos estímulos y cosas por hacer... vomito... vomito palabras

Caos

Confundida y un poco incómodo

Un poquito de pena ajena

Prefiero ser espectador. Observar. Romperme la mirada si soy o no soy, por si soy.

erta aquí tus humores...Humo res ta visibilidad

Ansioso

Confusión 😅

humores

humor a sexo

humor a sexo

humor a deseo

Ansiedad

Miedo a lo inesperado

Ganas de rascarme

Como el ser humano es egoista a los problemas de los demás

Desconfort

Tristeza de perder a un ser querido

Sorprendente

Los miedos que te provoca el amor

Asombro

en este momento siento confusion y reflexiono que obra es esta porque no entiendo este concepto pero me uno a esto y quiero entender

en este momento siento confusion y reflexiono que obra es esta porque no entiendo este concepto pero me uno a esto y quiero entender

supongo que van y vienen, no los reconozco, los comparto, pero no los siento propios. mi mente va y viene, mi cuerpo va y viene, mi sentir va... aun no viene.

Inserta aquí tus humores...Mi sudor es la forma de sacar aquello que ya no necesito, que me hace. al, es deshacerme de aquello que da paso a nuevos humores

El deseo de que te quieres todo menos las botas

Humor espectante.

Humor espectante.

Inserta aquí tus humores...

Locura

Estando aquí no estoy.

La sangre que sale y se renueva cada mes, que incomoda pero que agradeces cuando llega

Inserta aquí tus humores...

Rareza. Libertad. Ansiedad. Desesperación. Claustrofobia.

Inserta aquí tus humores...sin sentido

A lo mejor es una rara experiencia. Pero si te lo permites puede ser el pretexto perfecto para conectar con alguien más. Un momento absurdo en el que no te queda mas que huir o platicarle un secreto al rarx de enfrente.

las lágrimas son también fluidos sexuales

las lágrimas son también fluidos sexuales

Olor a carne, carne que delata y critica, carne que subyuga, carne que huele a dolor.

Inserta aquí tus humores...

Ya se dio cuenta y se asustó al ver que me gusta que la sopa me queme la lengua. Nunca más me cogerá.

Muy simple o somnoliento. Alegre, pasiva.

felizaburrido

Libertad

Inserta aquí tus humores...

Hace meses fui a "Mis humores" con mi ahora ex pareja. Ahorita me encontré el flyer en un libro (que es suyo) y lo volví a extrañar, y por eso entré acá. Me lleva la verga. Te extraño, pinche flaco.

Me gustó el performer que lee filosofía y prepara un discurso, el de la expansión. También Alejo del staff está hermoso.

Inserta aquí tus humores...maldigo tu rostro, mi rostro y me lamento por ella

Inserta aquí tus humores... venganza, odio, enojo, tristeza, falsedad, me llevan de la mano hacia lugares extraños, poco conocidos de mi persona y como niño me dejo guiar sin oponer resistencia. llego, veo y regreso con las manos cargadas de rencores. camino y quisiera que estuviera la calle vacía para no ocultar mi dolor.

El mal humor se ha ido.

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Inserta aquí tus humores...mis pies huelen.

siento que me quitaron una de mis extremidades pues que hace tres días me separé de mi esposo.

Cuando me siento perdido, entro aquí. Es como una especia de oráculo. Un laberinto de alguien que piensa similar. Una casa de espejos y por un momento me reconforta.

Estoy cansado de ella, fatigado de tener que soportar cada vez que me humilla.

Me siento de la chingada, ya quiero que esta pandemia acabe. Me acabo de enterar que acaba de iniciar... Solo el sentido del humor nos sacará de la plaga mental.

Agonía.

Enamorada injustamente.

Miguel

Julian Felipe Salom

Cuando te extraño entro aquí. Para rascarle al recuerdo. A la sonrisa, al conejo, al performance en Chapultepec. Ya no lloro como hace seis meses pero tampoco río igual.

Tanta ansiedad me quema la piel, pero yo me provoqué esto.

Me siento asqueada

CHINGAR Y SER CHINGADA

Lavar cocinar lavar bañarse clases en línea lavar platos lavar la ropa lavarse la cola ya no puedo más

...No hay nada.

...Sigue sin haber nada.

todo me fluye, fluir es un estado del alma

Era para siempre

quiero estar presente en mi sangre

Inserta aquí tus humores...

Son malos tiempos para asirse. Se escuchan los temores a la distancia, el sonido pavoroso de las vejaciones. Temo reconocer que el cuerpo y el espíritu están heridos...

...Sangre que me recuerda los cambios primeros del cuerpo. Sangre de la herida corporal, del corte que me hiciste hace ya muchos años. Líquido tibio entre las piernas que avecina el terror. La sangre es ese tabú, el fluido que debe contenerse.

Bienvenidos...

Ñ.

temor

Inserta aquí tus humores...

Hoy llueve en una Lina noche Bogotana....

WHAT THA FUCK

Te pienso, tan lejos en la distancia y en el tiempo, y un orgasmo de frustración escurre entre mis piernas y mis dedos.

Inserta allá tus humores...

Inserta aquí tus humores...

Encuentro un refugio cuando nadie me observa escribir. Aquí sucede eso. Estoy resguardada.

Inserta aquí tus humores...

las lagrimas son mías y solo mias

national heartbreak

Hoy estamos en un taller y vinimos a ver la sangre de fernanda

emocional

Que cada vez que mi Madre me dice que soy puto igual que mi padre... cada vez mas me lo creo

Inserta aquí tus humores...

me siento dormidamente despierto, aunque este cansado de energía.

Inserta aquí tus humores... A veces siento que el humor/olor de las cabezas es nuestro aroma esencial. La mía huele a leche de soya en polvo.

Déjame en paz, no quiero ver mis lágrimas, no quiero sentirlas caer, porque entonces sentiré lástima de mí mismo.

Inserta aquí tus humores...

Inserta aquí tus humores...

mi humo, se quedo en mi pueblo, cuando llegué acá, a esta ciudad mis huesos se combirtieron en el smog que se pega en los pies descalzos, mis sangre en el agua jabonosa por donde pasaban los rios y mis sueños en las poalomas que vuelan hacia en horizonte.

Inserta aquí tus humores... Constantemente se me olvida respirar 🌬

Siento que existo, existo porque siento.

Me entinté las manos de tí.

los mocos son ricos

si ella esta escondida en mi corazón, estaba escondido en mi vida ?

Flujo vaginal fértil, sangre menstrual, flujo vaginal de fase lútea y flujo vaginal de la fase folicular

Inserta aquí tus humores...

Tengo roto el corazón, no sangra, pero se ha hecho un hueco en él. ¿Cómo se re-aprende a estar sola?

Inserta aquí tus humores...

el cancasio de la tarde en un lunes me molesta de manera en el que el pueblo comienza a gotera, mientras llueven rocas que al pegar a con cualquier cosa se siente do pare al mismo tiempo como algodón ....

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Vacío en el ocaaso.. ansiedad, tristeza, soledad...

El cáncer es una caricaturización. Hay una deformación celular, es como una sátira, una exageración y un exceso del gesto celular, ¿un secretar la vida? Esta reflexión me viene a la mente en el momento en que estoy escribiendo algunas cuartillas de mi tesis de doctorado y además se está cumpliendo un año y cuatro meses de que mi padre reciba el tratamiento de quimioterapia. ¿Qué tiene que ver el cáncer que padece mi padre con la/mi escritura? Ambos registros son una estela de lo que fuimos y estamos siendo, un residuo de lo que el cuerpo no puede contener, un secreto en su doble acepción.

Mi sudor se escurre por mi piel cubierta de un bloqueador solar desleído y juntos caen a la tierra por donde me abro paso con mi bicicleta todo terreno, en una tierra húmeda de donde emerge el rocío de la mañana. Pretendo llevar mi cuerpo al máximo rendimiento de la semana para olvidar la inevitable soledad que vivo en la ciudad. Una una vez que lloré mientras subía una pendiente de 38 kilometros, mis lagrimas reflejaban el hecho de sentirme solo en una carretera con le único deseo de ser mejor que en el pasado a través del fortalecimiento inteligente de mi cuerpo. En ciertos momentos mientras respiro, o cuando tomo agua logro recordar que no estoy solo.

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Perdí la webpage de mis sueños

A veces solo quiero ser una niña pequeña otra vez…

Tè de limòn y pan tostado

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Humor otoñal...cuando suelto y dejo ir. Tiene distintos colores amarillo, rojo, marrón...pocas veces verde

Inserta aquí tus humores...

En ocasiones la soledad es asfixiante.

HOY DESPERTÉ INTRANQUILA ENOJADA CON UNA SENSACIÓN DE INUTILIDAD NO PUEDO MÁS ME CAGA MUCHO SENTIRME ASÍ DESPUÉS DE MUCHO TIEMPO ME SIENTO ASÍ, QUIERO IRME A MI CASA, QUIERO DORMIR, QUIERO YA NO ESTAR EN CLASE, ME MOLESTA NO HAGO LAS COSAS BIEN PERO NADIE HACE LAS COSAS BIEN PERO A ELLOS SÍ LES VA BIEN

tengo sueño, quiero dormir toda la vida

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El vampiro deja fluir un hilo de sangre del cuello de Metztli

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Escribo por llenar un espacio que sigue vacio en mi alma. ¿Escribe aqui tus humores? A mi me llaman Dolores.

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La depresión es una enfermedad dolorosa, sorda, que va horadando lenta pero persistentemente a una persona. Puede ser cualquiera de nosotros, no hay distinciones de género, clase, etnia ni religión. Sigue siendo clave no identificarse con ella, no creer tampoco que la extrema derecha es la solución. Por más que sepamos, también, que un progresismo escuálido nos llevará a la ruina. Si estamos deprimidos es porque nos hemos olvidado de luchar y porque somos, todxs, lo queramos o no, neoliberales.

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Nunca nadie puede sentir tanto dolor como aquel que se siente al traer una vida a este planeta. Quien lo siente a partir de otro acto, muere. El dolor trae vida. Vida deforme, en potencia. Ese dolor no es sufrimiento pero sí atemoriza. Sentimos dolor al nacer. Sentimos dolor al dar vida. Entonces, la muerte también debe doler. Dolemos y vivimos. Parece algo inseparable. Pero doler no es enfermar. Enfermar es algo diferente. Curar no es quitar solo el dolor. Curar es algo más. Ser curado, curarse, es un camino más complejo que tomar una medicina o sacar el demonio que llevamos dentro.
Entre todos estos dolores siempre está presente la sangre que recorre el cuerpo o se desparrama fuera de él. Como si la sangre nos ayudara a poner materia al dolor y a la vida.

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Sangrar para nutrir la tierra, piensan los mayas. Sangrar para regenerar, es lo que hace el cuerpo de la mujer cada mes para fertilizar su vientre. Sangrar lleva a la muerte. Una de las formas de la muerte: desangrar. Los litros que tenemos dentro son viscosos glóbulos rojos, blancos y plaquetas que sirven para dar ritmo a toda la maquinaria.

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La sangre duele. Cuando sale y cuando entra. Porque implica una herida, o una vida, pero también una muerte. Cuando se ven las fotografías de los cuerpos mutilados, o los cuerpos ensangrentados, sabemos que están muertos. Lo que se limpia después de una masacre es la sangre. Se relaciona por contraste al blanco, un color vinculado con la salud; lo rojo, en cambio, con la enfermedad, lo monstruoso. Generalmente los monstruos chupan sangre o son caníbales. Nosotros también, de alguna manera. Chupamos sangre y de varios animales. Arrancamos con los dientes pedazos enteros de carne con sangre, aunque la cocinemos para no sentir el olor. El olor es lo que más penetra de la sangre. De hecho, es difícil de lavar, de desmanchar. El olor a menstruación es desagradable y penetrante. Entra a las fosas nasales y se queda ahí por mucho tiempo. Cuando sale un támpax o se cambia una toalla sanitaria el color es oscuro y el olor invade los baños y los basureros. La sangre siempre intenta ocultarse y paradójicamente es lo que nos mantiene con vida. Podemos vivir sin un riñón pero no podemos vivir sin sangre. Es vital. Cuando hablamos de vitalidad, hablamos de la sangre. Cuando nos emocionamos, se dice:se le subió la sangre a la cara; si se sube la sangre al cerebro, ahí comienzan los problemas. No debemos dejar que la sangre nos nuble la razón. Eso es lo que se busca. No perder la razón. Como si esta estuviera en el cerebro.

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Cuando somos niños, buscamos sentir adrenalina y riesgo. Es la manera de aprender. Un niño sabe que no puede bajar las escaleras solo, aun así lo hace. Y se cae. Llora. Se levanta y vuelve a caer, hasta que logra aprender a bajar las escaleras. Lo mismo con el riesgo de la velocidad. Una niña corre aunque sabe que todavía sus piernas no pueden hacerlo de la mejor manera. Sabe que se va a lastimar y aun así busca ir más rápido de lo que puede. Pegan, chupan, lloran. Van de nuevo hacia eso que saben que no deben hacer porque necesitan aprender a hacerlo. Sin riesgo no hay aprendizaje, sin dolor tampoco. ¿Sufrimos por necesidad? Imaginemos a un ser humano que no sufre. No siente nada. Entonces no experimenta. Entonces no sale a otros parajes. No explora. No explota. No conoce las emociones. Sufrimos para conocer nuestras emociones. ¿Qué se siente estar feliz? ¿Qué se siente estar triste, enojado, iracundo, frustrado, deprimido, suicida, amoroso, excitado, enamorado, alegre, vital?
Sin riesgo no hay emoción. Sin emoción no hay conocimiento de cómo somos, no sabemos hasta dónde podemos llegar.

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Cuando la cólera se aprisiona de mí, siento que algo hierve. Como si la temperatura de mi interior se hiciera volcánica. La expresión me hierve la sangre a veces se siente tan literal que pienso que se me va a salir. Me pone colérica la impunidad, la mentira y lo que se sale de mi control. Pero siempre todo se sale de mi control. Entonces vivo enferma de cólera. No sé si la cólera se pueda curar. A veces pienso que deberían existir curas para las personalidades. Quitarse la cólera o la inseguridad. Pero la medicina y la psicología solo son paliativos para lo que realmente me hace sufrir /

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Ser yo misma. ¿Cómo se hace para dejar de sufrir por ser uno mismo, por tener esas emociones que se desbordan, que no dejan que uno pueda estar ni ser? ¿Cómo se hace para dejar de ser Hamlet u Ofelia, o para dejar de desear como Fausto? Ni la literatura ni la ficción nos dan respuesta. Solo muestran el exceso. Quizás en el exceso esté la cura. Nietzsche pensaba que el sufrimiento de los humanos estaba en el hecho de querer siempre ser otro, conectarse verdaderamente con el otro. Pensaba que el arte dionisiaco podía hacernos recuperar el equilibrio. Porque con “equilibrio” se piensa en salud, y salud se piensa como armonía. Pero vendrán Freud y Jung para decirnos que eso es imposible, que siempre hay un río inconsciente de pensamientos y vivencias que nos marcan, que ir hacia adentro duele. Como ir hacia afuera. La desubjetivización, diría Nietzsche, hace que seamos parte del mismo manantial de la vida. Sin personalidad. Pero ahí hay que creer en el alma /

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Somos lágrimas, tierra, fuente, llanto, madre, aunque nuestro camino sea encontrarnos también con el padre. Ese otro, que a veces resulta terrorífico y desconocido como nuestro propio ser, tan oscuro como un túnel de río interior que solo con el llanto hondo abre sus fosas al conocimiento del ser que lo habita. /

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Cuando el cuerpo entra en su interior a través de estas ranuras dadas por el llanto, la herida, la fiebre, la enfermedad, la locura o el acto sexual; el alimento, la digestión y la intoxicación; encuentra lo que para los antiguos médicos era el “astro interior”, porque en el ombre están el Sol, la Luna, y todos los planetas, igual que las estrellas y el entero cosmos… El cuerpo atrae al cielo… y esto ocurre conforme el gran orden divino. El hombre consta de cuatro elementos, que no solo corresponden —como algunos afirman— a los cuatro temperamentos, sino también a su naturaleza, a su esencia y sus propiedades. En él está el “joven cielo”, es decir, todos los planetas hechos a imagen del hombre y son hijos del Gran Cielo, que es su padre.

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Y si somos cielo, también infiernos. Y si somos divinos también humanos, por lo tanto imperfectos y deformes. Enfermos. La paradoja parece estar en la ambivalencia entre la enfermedad y la iluminación. /

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Las flemas son esos sentimientos metidos en el esternón que no nos dejan hablar, se interponen entre nuestros pensamientos, lo que respiramos y nuestras palabras. Quien expectora flemas no puede estar tranquilamente escuchando. Sentimos una bola en la garganta que intentamos sacar o pasar. Tragamos saliva sin resultado. Las flemas salen por nuestras fosas nasales cuando lloramos. Las flemas se forman dentro de nuestras vías respiratorias cuando tenemos una infección pulmonar, una gripa, cuando nos enchilamos o lloramos, ya sea de tristeza o felicidad. Es una forma de exceso que también tiene que salir. Pero muchas veces, al igual que las lágrimas, las flemas se quedan atoradas en el pecho o en las cavidades de la cara y se vuelven sinusitis. Cuando es así, entonces el dolor se va a la parte central de la frente y provoca dolor de cabeza.

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A los que además hay que cumplirles sus caprichos y hay que detener sus lágrimas que van quedándose dentro de cada uno de ellos y se vuelven después violencia, alcoholismo, bulimia y cualquier otro tipo de actitud ansiosa que requerirá atención médica y psicológica. Pero no hay dinero para eso, porque además no pertenecen a esa clase social que da cuenta del sufrimiento en familia. No, aquí el dolor se calla, y solo se hace piedra, artrosis o vómito.

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¿Cómo dejar de llorar por la podredumbre de la persona que uno es? Cuando lo que adentro parece más una cueva mohosa que un paraíso /

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Cuando lo rojo de la sangre parece haberse diluido en el odio fundado del otro por mantenerse en vida. Como cuando la vida se hace pesadilla de violencia y desaparición. Cuando no se puede confiar en la propia mirada, ni en la propia percepción. Cuando la palabra locura se sabe exagerada pero, al mismo tiempo, atinada. Cuando efectivamente una está tan hundida entre las lágrimas aprisionadas en el pecho que se vuelven bronquitis y recuerdan tanto a aquel que se vio toser por años, con los puños apretados mientras sacaba una flema más. El enfisema de mi padre era ya tan cotidiano que me acostumbré a vivir con su respiración cortada, con sus flemas expectorantes, con su debilidad ósea. Recordar su postura con las manos sobre la mesa para abrir los pulmones, o los masajes que por las tardes le daba para que pudiera respirar mejor, me vuelven una enferma. Tengo la enfermedad de mi padre metida en mí. Como si recordar me convirtiera un poco en esa identidad de enfermos mentales, físicos, anímicos /

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Ese mar de lágrimas, metáfora interna para unos bronquios enfermos. Ese mar salado que purifica. Ese mar azulado que relaja los músculos. Ese mar que promete salvación y muerte. Ese mar y mis lágrimas. Quizá eso sea yo. Un mar sin fin. Álgido y temido. Profundo y desconocido. Yo en el mar no me ahogo, nado.

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Ironizar sobre la depresión me hace sentir un poco menos monstruo. Porque de otra manera podría hacer una pintura parecida a un cuadro cubista. Creo que Picasso entendía bien la neurosis femenina al hacer el cuadro de Dora Mar con el Gato y otros. Cuando los recuerdos, vuelvo a esos momentos en que mi cara se descompone.

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Los humores son algo así como un primer stand up (no lo voy a hacer yo) donde una escritora ve el mundo caerse en pedazos y ve morir a sus amigos y familiares mientras un señor y una señora que tienen dinero, que ella tuvo que pagar en impuestos, la invitan a participar en un evento, aunque le dicen que se tome un tecito, que escuche y no debata. Mientras, le meten por el trasero un micrófono para que solo pueda expresarse desde su interior. Ella, en la mano, tiene un discurso sobre el pensamiento crítico y la tragedia que invita a pensar, generar ideas para salir de esa situación de terror que está viviendo. Pero no puede hablar, porque además está penado hablar con groserías, o decir alguna cosa que esté fuera de la norma, impuesta obviamente por los de la producción. Tampoco puede sentirse sometida porque cuando lo hace, una máquina le da golpecitos y tiene que actuar gratuitamente en un festival superimportante que ahora ha propuesto una nueva modalidad: actuar y pagar por actuar. Fantástico. Ella sigue teniendo en sus manos su discurso, comienza a leerlo. Una alarma sísmica comienza a apuntalar. Es un stand up que se llamará INCUBO. La pregunta es: ¿Cómo llegó ahí? ¿Por qué aceptó las reglas? Al final, simplemente se da cuenta de que puede bajarse del escenario y salir caminando hacia su casa./

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Sentir dolor es quizá también una herramienta de cura frente al mundo. Quien siente dolor no puede accionar, ni sonreír, ni ser productivo. Cuando sentimos dolores o que la sangre nos hierve, lo único que podemos hacer es tirarnos al piso, en la cama, tomarnos la cara con las manos o comenzar a pensar en cómo mataríamos a ese ser que sentimos nos ha hecho daño. No hay cura para el odio y la venganza. Pero el odio y la venganza son pulsiones, sexuales. No hay relación científica entre la pulsión de comerse a sus hijos vivos o matar y los fluidos sexuales, que además son blanquitos y dulzones.

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Las mujeres somos agujeros viscosos. Cuando la viscosidad se vuelve palabra, cuando la viscosidad y la sangre se vuelven enigma, entonces yo le llamo “vida”. El desborde de lo viscoso penetra la razón, quizá por eso las mujeres somos tan grandes poetas cuando estamos desquiciadas, porque cercanas a la muerte nos resucitamos, nos volvemos pura sangre y lágrimas; nuestro cuerpo blando y carnoso se vuelve penetrable, se vuelve aniquilable, y demacradas vamos hacia la hoguera, sin problema, porque quizá la carga otra es tan grande que lo mejor es dejar las vísceras en el camino. /

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A eso se le llama enfermedad mental y es por eso que en este trabajo también he decidido analizar la enfermedad mental, porque no es lo mismo que se enferme el cuerpo que la mente. Vengo de una familia de enfermos de todo tipo, pero los mentales resultamos ser unos vagos extraños que al mismo tiempo que no podemos trabajar, ni socializar, sabemos de etimologías con la pura lógica.

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La mente comienza a hacer una serie de conjeturas que se vuelven juego y nos distraen de la vida, y entonces los pensamientos se vuelven La Vida, o las palabras, o lo que uno siente, y todo eso claro que está desbordado, deforma la mente, la sinapsis y la vida. No les recomiendo enfermarse de la cabeza. Pero lo cierto es que cuando eso sucede, de pronto la vida se vuelve una creación constante y en todo ello uno encuentra algo de belleza, o verdad.
Ayer por la mañana, después de un día turbio y violento, amanecí con la idea brutal de que soy una persona que vino a este mundo a preguntarse realmente qué es la vida. /

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Porque la enfermedad tendría que ir a parar a algún lugar. Es decir, no solo existir, sentirse, ser y luego desaparecer. ¿A dónde van todas esas emociones?, sentimientos químicos que, además, hoy se dice son reacciones neurológicas y lo que forman las personalidades. Si un niño es violento, hoy se dice que tiene un problema de percepción neuronal. Hay estudios fantásticos que hablan de cómo todos nuestros sentimientos, emociones, dolores y estados son producidos neuronalmente, gracias a unas substancias que tienen nombres muy bonitos: oxitocina, dopamina, endocannabinoides, endorfinas, gaba, serotonina, adrenalina, algunas de las más publicitadas.

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Con estas respuestas, entonces, ya podemos sentarnos tranquilos y dejar que la química de nuestro cerebro haga por nosotros el trabajo de sentir, vivir, enfermarse y sufrir. Porque la explicación científica está a la mano. Son los químicos de nuestro cerebro los que producen las emociones, no nosotros.
Somos una máquina que produce fluidos, químicos y está construida de huesos, órganos, tendones, músculos y elementos viscosos recientemente descubiertos, de nuevo por la medicina contemporánea, que es cada vez más especializada y da razones para cualquier duda, o vacío emocional, o ganas de matarse, o dudas sobre la racionalidad del ser humano, o su egoísmo y su lucha por la sobrevi-vivencia, todo a partir de la neurociencia. Maravillosa ciencia que explica que todo lo hace nuestro cerebro sin la intervención de la voluntad humana. Fantástica resolución para la libertad de los humanos, si lo pensamos bien. Para quitarnos cualquier responsabilidad de tener un viaje interior, de modular nuestro carácter, de pensar o hacernos ciertas preguntas. Una respuesta perfecta para dejar de ir a rezar o preguntarles a los dioses por qué seguimos sufriendo o por qué nos mandan otra peste o el fin del mundo.
Mientras los océanos se llenan de basura, los medios, a través de sendos artículos de divulgación científica, nos dan respuestas en menos de tres mil caracteres a la cuestión de por qué somos como somos.

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Podría parecer inapropiado escribir sobre la salud y la enfermedad, sobre mis humores o los fluidos vaginales que salen de mi cuerpo cada tanto. Podría parecer políticamente incorrecto con tantos migrantes, desplazados y muertos. La conciencia de clase, la conciencia política y el activismo son parte de los valores de un grupo de personas que tienen, en definitiva, la sangre, la panza, para hacer ese trabajo. Yo, por mi parte, solo puedo escribir algo así. /

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Que se acomodan solo cuando los escribimos. Insisto en que este texto no va dirigido a alguien en especial. No tiene ningún sentido en el mercado. Es sencillo, fragmentado y parece más una confesión que un tratado. Pero algo de tratado quería hacer en estos tiempos que corren.

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Quiero tratar. Es decir, quiero intentar dar cuenta de una complejidad que no es fácil crear. Porque la complejidad no es algo que se comparta en nuestros tiempos, digitales y reales. Porque la polarización de las opiniones es cada vez más natural y legítima. Porque pensar que Adán y Eva existieron se contrapone con la ciencia, que claramente asume que eso es un mito. Pero muchos creen en mitos. Entonces, ¿qué hacemos con los mitos? Hacer mitos es hacer escritura. Es hacer historia. Es explicar el mundo. Es intentar hacer cueva, fogata, contar historias. Pero, ¿qué pasa cuando las historias no son verdaderas?, ¿cuando dar cuenta del terror y el sufrimiento ya no es suficiente? Nunca es suficiente. Me gustaría poder escribir para toda la eternidad, quizá de esa manera pueda sentir que mi tarea ha terminado. Pienso con palabras durante el día y la noche. No duermo bien. Casi nunca. Invento proyectos, negocios, formas de vivir, siempre diferentes. Huyo, me hago mis mitos, me subo a la barca y ando sin rumbo fijo. Durante el día solo el café me reconforta. Por muchos años el sexo era el único lugar donde sentía paz. Solo a través del movimiento de mi propio cuerpo, a través de la danza y el sexo, podía sentir la vida.

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Cuando los fluidos del cuerpo salían de mis amantes y los míos se mezclaban en olores fuertes y exquisitos. Cuando mi cuerpo yacía en las camas de desconocidos era cuando sentía que algo de la vida estaba ahí y que no podía ser retratado ni contado. Algo de lo mítico desaparece con el acto sexual porque es real, concreto y deja rastros líquidos que modifican el cuerpo. /

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El semen es dulce al igual que el líquido que sale de mi cuerpo. Cuando voy al baño huelo lo que queda en la ropa de ellos. Recuerdo a través del olfato mi trayectoria de cuerpos compartidos. El sexo cura, dicen. Yo también he encontrado que mata. Porque se confunde amor con sexo, se confunde poder con sexo, se confunde sexo por cuerpo y cuerpo por alma. Sí que existe.

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Los fluidos son lo único que queda como huella, como ruina de eso que fue. Vuelvo a intentar.
Los fluidos son lo único que me da vida. Vuelvo a intentar.
Los fluidos son éxtasis. No se llega a nada con eso.
Los fluidos son. Esta frase no es literaria, es moral y culposa.

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Una y otra vez disfrutar el cuerpo del amante, buscarlo sin descanso, a la mañana, a la tarde, hacerlo de nuevo, otra vez, más fuerte, más suave, violento, tierno, sin término, ni descanso. Hacerlo en el baño, en el coche, en la calle, en la selva, en la hamaca, en la playa, con la arena, en la cama, de un hotel, de la casa de los padres, de sus padres, de la hermana; o en un museo. No importa, solo el olor a pegado, el olor de otra vez, del acto dionisíaco que es letal, me lleva a la muerte, a la asfixia, al desmayo. Coger tanto que el cuerpo enferme. Esa era mi meta. Esa era la sensación más rotunda de haber llegado a un extremo de la vida y de la muerte. Esa bisagra ensoñada, esa bisagra de músculos y de desmayos que hace que el cerebro no pueda pensar igual. Que no piense, se dice. Pero no es así. Es que el cansancio del cuerpo lleva a estados diferentes. Como cuando uno baila danza Butoh, y el cansancio es tan fuerte que algo comienza a pasar con la mente y las imágenes que uno proyecta dentro de sí. Y cuando pienso en Butoh pienso en sexo, por la tensión del cuerpo, por el vacío que interpreta el cuerpo, por la añoranza de otro mundo. Porque el sexo parece el canal para ir hacia otro lugar, como el sueño, como el alcohol, como la danza, como el éxtasis. Juventud en éxtasis era un libro de un autor conservador para hacer pensar a los jóvenes sobre sus instintos, que los llevarían a socavar su vida, según él.

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La medicina, entonces, se pone en función de estos principios. La cura no existe, no abramos cuerpos, no hagamos cirugías, no indaguemos en la mente, borremos la homosexualidad, borremos la libertad de la mujer, borremos la libertad de los hombres de ser libres pensadores. Entonces, ante esto, la ciencia, podríamos decir, ha ido más adelante y nos han salvado la filosofía y la teoría crítica. /

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Quizá la necesidad de sexo se vincule a las hormonas. Y no sea una necesidad vital, como le dicen muchos. /

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Y cuando hablo de calentura hablo de fiebre, hablo de querer sudar, hablo de que los humores salen, los vapores anidan, los dedos tocan mi clítoris, lo rozan, explota en fluidos, en líquidos, en besos que muerden, en violencia del cuerpo hecho éxtasis. La delicia de los cuerpos y los sudores, y los olores. La cocina y la cama como dos espacios para disfrutar de lo inmediato. Porque el sexo logra parar el tiempo. Hace que todo lo que allá fuera sucede no importe. Que el trabajo espere. Que la familia desaparezca. Que los amigos y todos los demás puedan entrar al cuarto donde estamos y nos miren desnudos en la cama, nos miren riendo, comiendo zanahorias, y no nos importe que caminen al lado de nuestros cuerpos devastados y extasiados. Que no nos importe si un guardia nos descubre mientras cogemos en una hacienda abandonada, o en una fiesta con decenas de personas bien vestidas y con dinero. Porque lo que importa, en todo caso, es solo sentir las manos sobre las tetas, las manos debajo de la falda, los calzones que caen, los dedos que penetran, que rozan los pezones, que quitan un sostén y que dejan que las palabras cierren la boca y saquen la lengua. Esa lengua que deja por un momento de emanar lenguajes codificados donde el nombre ni siquiera existe. Cuántos hombres con los que he compartido la cama que ni su nombre recuerdo.

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Sentir calor en el cuerpo y seducirlo es como salir a luchar una batalla en la que seguramente una va a perder. Darme cuenta de que yo podía seducir más que ser seducida, me provocó una revolución interna. Porque entonces no tenía que pegarles a los niños que me gustaban (si yo era como ese niño al que le dicen: no les pegues a las niñas porque no se debe), tuve que aprender a convertir mi violencia en seducción. La feminidad se apoderó de mí. Quería comprarme los mejores vestidos para las fiestas de quince años, quise maquillarme bien, quise bailar como nadie. Con el tiempo eso provocó la envidia de muchas amigas cercanas. Yo no quería quedarme tampoco sin amigas, pero lo cierto era que había encontrado el modo de bailar y que me sacaran a bailar. De platicar y de hacerme amiga de algunos muchachos a los que mis amigas, más tímidas que yo, habían querido acercarse por meses, pero no lo lograban. Yo no entendía que mi forma de ser las lastimaba, sino hasta mucho tiempo después. Mi egoísmo tenía que ver con la búsqueda de formas de acercarme a los hombres. De crear una relación de amistad y conversación que con el tiempo se volvió más estable que el hecho de salir con alguien y besarme.

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En cuanto pienso sobre el sudor, pienso en dos cosas: el sudor de mi madre y el sudor que produce el deporte. Sudar es saludable, dicen. Sudar sería el signo del esfuerzo físico, pero también del trabajo. Mientras que las lágrimas y los fluidos sexuales son algo negativo, la sangre es más vital y el sudor es como el lúcido de todos los fluidos. Que salga es lo mejor. Que nos empapemos de sudor habla sobre los saludable de nuestros cuerpos.

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Cuando pienso en sudor se me revuelve la panza, porque se me viene encima la historia, y parece que entonces el sudor en el inconsciente es el rastro más antiguo y menos intervenido. Cuando pienso en el sudor mi cabeza se va hacia las infinitas cuevas, barcos, terrenos, casas, camas de los que estuvieron antes de mí, donde lloraban sus infortunios, sus soledades y sus preocupaciones. Correr, sudar, quizá sea la única forma que mi familia ha encontrado para olvidar, para vivir, para sentir. En ese esfuerzo irracional por controlar el propio cuerpo, por controlar los movimientos para poder saltar más alto, ser más fuerte y más rápido está, quizá, su libertad. Para aprender a meterla en el aro, para saber saltar ahora un metro más de distancia, para poder no caer de la viga o poder hacer ejercicios en barras paralelas, uno suda sin parar.

Que el olvidarme de todo en ese esfuerzo de abrir las piernas cada vez más, o llegar a tocar con mi pubis el piso con un split, o hacer doble mortal sea la proeza más grande jamás hecha por una heroína, aunque haya nacido en Copilco y no en alguna isla griega.

Que mi lucha no sea épica, ni trágica, sino cotidiana. Que lo imposible sea posible gracias al sudor que se pega en la ropa a la hora de subir la montaña corriendo. Que la mente se despeje y pueda sentir el viento en el cuerpo y el frío del invierno que se acerca.

Que pueda sentir los músculos de mi cuerpo chocando con el agua fría mientras nado cincuenta metros más.


Los deportes solitarios son los que más disfruto porque son en los que más puedo sentir mi cuerpo y el ambiente. Donde mis pensamientos van solos sin que los quiera retener, donde la meditación se vuelve un acto orgánico y donde, entonces, puedo saber que el tiempo es solo una forma de medir la existencia, pero que no es tan real como dice un reloj o la próxima cita.

Quizá algo de la salud está en el sudor, sin duda. Aunque orgánicamente me da asco pensar en el sudor porque recuerdo los olores de mi familia: ese olor a medicina, a viejo y a muerto; también me recuerdan esa libertad que da el control del propio cuerpo y el esfuerzo en el gasto (dirían los teóricos contemporáneos).

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Quiero también conectar con mi cuerpo. En el transcurso de la escritura de este libro he enfermado y he ido a terapia y con doctores, he recordado a mi padre y mi madre, a mis hermanos y mis tíos y tías. He recordado a mi abuela y poco a mi abuelo. Nadie entiende muy bien cuáles son las pulsiones que nos llevan a escribir. A mí me llevan los sentidos, la furia y las hormonas. Pero también la nostalgia.

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El mundo ha olvidado los cuerpos sudorosos de todos aquellos peones, campesinos, taxistas, mujeres que lavan ropa, que miran televisión, que sudan por la grasa del cuerpo que se les pega en las ropas anchas. El mundo se ha olvidado de mirar las gotas de sudor de un albañil, sucio y polvoroso que vuelve a casa sin que nadie lo abrace. Se nos olvida tocarnos. Se nos olvida besarnos. Pero se nos olvida también el desfogue que trae consigo el sexo, y el correr, el nadar o subir una montaña. Si recuerdo la sensación de correr, también recuerdo la sensación de escribir. Cartas, poemas y lenguajes inventados. Todo se repite. Yo me repito. No soy infinita. Soy concreta. Soy esto que pienso y mis memorias. Soy joven para escribir sobre mis memorias. Pero eso ha provocado pensar en el sudor. Por alguna razón he dejado de sudar para escribir. He dejado de sudar para pensar. Quizá escribo para recuperar esa adrenalina que siento ahora en mis sueños. Sueño con miles de hombres que conozco en la realidad y que en realidad no puedo acercarme a ellos. Sueño con hombres que admiro y que temo. Sueño con hombres que podrían hacerme daño en la realidad, pero que en mis sueños yo busco y seduzco. Sueño lo que no vivo. Escribo lo que recuerdo. El presente no existe. En mi presente hay solo personas confusas y obsesivas. En el presente solo hay personas poco talentosas y con mucho poder. En el presente hay palabras y música mientras sigo escribiendo páginas con temas sobre tragedia y sudor, porque la pulsión sería la de abrirles la garganta para ver cómo sangran. Cortar la lengua de quien me lastima, para ver cómo se queda sin habla. Porque como otros tantos, yo también siento la represión de las emociones y la locura de la obsesión de no poder decir y hablar. Este libro es un acto de habla. Necesario.

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Las gotas se convierten en elixir. El viento en la cara. Usar el cuerpo para algo. Y de pronto llega la salud. Llega la vitalidad. Llegan las risas. Llegan las ganas de vivir. Llegan las ganas de liberarse. No es un viaje planeado ni una escritura adecuada. Simplemente es. Como los días y las noches de insomnio, como el dolor de la experiencia, como el abismo que se abre siempre ante nosotros cuando decidimos correr sin mirar hacia adelante.

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La valentía tiene que ver con el sudor. Los guerreros se esfuerzan. Los guerreros corren, viajan y se baten en lucha con dragones y extraterrestres. El sudor está relacionado con la vida, con el movimiento y con el esfuerzo. Es un líquido que parece volvernos grandes, enfrentarnos al mundo. Hay un sudor frío que representa al miedo y al pánico, aunque el sudor siempre se refiere a lo cálido. Sudamos cuando hace calor. Sudamos cuando nos gusta alguien. Sudamos cuando sentimos, cuando vivimos. Es un líquido presente en nuestros días; a diferencia de otros fluidos, el sudor es cotidiano y tiene olor, casi identitario.

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Sin darme cuenta he llegado a la parte lúcida de mi familia. La idea de que el ejercicio nos equilibra. Que sudar es bueno. Que esforzarse también lo es. Como este libro que, en un esfuerzo físico pero también emocional, está por terminarse. Y como el mismo sudor, parece que llegué al final, a la meta. No puedo correr un maratón, pero lo he hecho con palabras. No he escrito una historia pero este recorrido es parte de mi historia. Y la salud quizás esté en este esfuerzo. En la acción. En el sudar. Quizá la relación entre enfermedad y salud esté ahí, en el hacer. En el viaje. En el calor. En el abrazo. En la traslación de los deseos a las palabras, la poesía, la imaginación. Imaginar que bailo, y bailar. Imaginar que patino, y patinar. Imaginar que sano, y sanar. Imaginar que mis abuelos y mis abuelas se liberan del dolor. Imaginar que mi abuelo migrante no añora más. Imaginar que mi padre no se asfixia más, sino que juega de nuevo tenis y esta vez no se enoja. Imaginar que mi madre vuelve a sentir vitalidad y vuelve a disfrutar estar. Imaginar que mi hija crece hermosa y ríe y aprende miles de cosas y suda y juega por siempre. Soñar que mi pareja vuelve a meter todas las canastas de basquetbol que quiso meter. Soñar que mi tía vuelve a caminar y mi otra tía nunca cae en la esclerosis múltiple. Soñar que los enfermos de mi familia están por siempre sanos y que los que están sanos no tienen que cuidar a los que están enfermos. Soñar que la vida es el paraíso. Soñar que no hay más muertos y decapitados. Soñar que no hay más sufrimiento y muerte a mi alrededor. Soñar y vivir. Sobreponerse al dolor, dejar que la sangre siga latiendo dentro de los cuerpos para no derramarse más. Pensar que el compartir el cuerpo con el otro es éxtasis y no sublimación de la violencia. Imaginar que mi humor se equilibra y no tengo más un humor ácido. Imaginar un amor profundo. Creer que existe en el mundo y se puede compartir. Pensar, como ahora, mientras escribo este final, que por un momento, al menos mientras termina este párrafo, la vida es perfecta y bella y poética. Que podemos mirar un atardecer sin pensar en las fosas o que las fosas se llenan de flores y amor. Que toda podredumbre del mundo sea inspirada por la tierra y se convierta en alimento para nuevas plantas. Que seamos capaces de cambiar este estado de cosas por otras mejores, más sanas, menos violentas y dolidas. Que terminemos con este duelo. Que, como este libro, la tierra sude, los cuerpos suden, los dolores salgan, las palabras se expongan. Que podamos, como en una utopía, expiar el dolor y el sufrimiento, al menos como un deseo efímero, como lo que dura la lectura de este texto, como dura el abrazo o el beso. Perseguir esos momentos sin fin, por siempre.

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Mis Humores


Investigación, texto, concepto y producción

Fernanda del Monte

Desarrollo Digital

Luis Fernando Colchado

Ilustraciones

Tomás Pineda Matus


Mis humores es un proyecto de largo aliento, es un libro, una página web, un laboratorio de creación escénica y un cuerpo intertextual que se va alimentando de todas las colaboraciones, performances, animaciones, videos, textos y propuestas poéticas de quienes participan en él.

Es un proyecto de escritura intertextual, de dramaturgia digital que tiene como objetivo transmedializar la práctica artística y por tanto las formas de pensar, escribir y accionar sobre un tema tan doloroso como la enfermedad.

Mis humores comenzó en 2017 con la intensión de generar un libro que después encontrara su soporte digital lo que implicaba pensar una dramaturgia en términos multidimensionales y con posibilidades de lecturas y posturas diversas para ser instrumento (como toda dramaturgia) de ser llevado a otros medios ya sea espaciales, teatrales, corporales o digitales.

Las activaciones de los laboratorios han comenzado en la segunda mitad del año 2019 donde también ha visto la luz la propuesta digital y la impresión en libro del texto.
Fernanda del Monte
Escritora multidisciplinaria.

mishumores.com se convierte en una herramienta que potencializa la lectura y permite jugar con la interdimensionalidad de textos y cuerpos. El tema de la enfermedad mediado a través de una página enferma te deja oscilando constantemente entre cura y malestar. Nuestros humores agrega con cada humor una nueva dimensión que hace resonar a todos los cuerpos involucrados, fusionándolos y fisionándolos simultáneamente.
Luis Fernando Colchado
Desarrollador de medios y tecnologías.


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Mis Humores, estudio poético sobre la enfermedad
Todos los derechos reservados 2018 © Fernanda del Monte Martínez
www.mishumores.com
Todos los derechos reservados 2019 © Fernanda del Monte Martínez

Este proyecto se ha realizado gracias al apoyo de Teatro UNAM, programa ACT UNAM, Festival Vértice, Sistema Nacional de Creadores de Arte, FONCA